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Si hace cerca de un decenio la derecha latinoamericana, siempre aupada desde el exterior, parecía inmersa en una bacanal de retorno al poder a cuenta de engaños, maniobras, violencia y demagogia, por estos días la “fiesta oligárquica” parece tocar fondo.

Al piso se han ido las campañas mediáticas que desacreditaron a gobernantes y partidos progresistas, y que de alguna forma aprovecharon deslices e insuficiencias de las administraciones de corte popular para sembrar confusión y desencanto.

Y es que, como se ha dicho más de una vez, la derecha y los poderes externos que le apoyan nunca serán una alternativa para dar respuesta coherente y positiva a las urgencias de nuestras naciones.

Su problema político es congénito, y ello implica que solo pueden pescar incautos en aguas revueltas o mediante el engaño.

Caída estrepitosa

Los ejemplos del amplio retroceso derechista en América Latina durante los últimos tiempos resultan notorios.

En Chile la población obligó a crear una Constituyente que ponga fin a la carta magna herencia de la dictadura militar.

En Bolivia, a un año de un alevoso golpe de estado, el Movimiento al Socialismo, MAS, retornó al gobierno con una aplastante mayoría en las urnas.

En Perú, por estos días, la población ha mostrado un elevado nivel de combatividad que ha puesto en jaque al corrupto sistema legislativo y ejecutivo, y en Brasil, el derechista Jair Bolsonaro y sus seguidores perdieron estrepitosamente los comicios para las administraciones municipales.

Señales claras y precisas de que el fraude político ha quedado desenmascarado y que los pueblos retoman su lucha.

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