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Las nuevas medidas punitivas aprobadas por la Unión Europea contra Rusia expresan el empantanamiento de las incipientes negociaciones de paz entre Moscú y Kiev pero, también, son el reflejo de la firmeza y la fuerza de Rusia en el campo bélico.

El nuevo paquete de sanciones, que es el número 18, pretende presionar y debilitar a Moscú y, aunque se negociaba hace semanas, llega en un contexto distinto para el conflicto al de hace un mes.

Por un lado, la venta por Estados Unidos de armas a la OTAN —que pagan sus miembros europeos— para entregarlas a Ucrania, ubica a la Casa Blanca fuera de la postura supuestamente neutral que mantenía como presunta mediadora y, de alguna manera, vuelve a otorgar a la Unión Europea un rol en el conflicto, del que había sido excluida.

Ello complica el panorama bélico y solo atizará los enfrentamientos.

Menos espacio a la paz.

Para analistas, estas sanciones contra Rusia buscan justificar, de cara a las sociedades del Viejo Continente, los mayores presupuestos que los miembros de la OTAN, presionados por Estados Unidos, se han comprometido a entregar para su defensa.

Pero hay un propósito real de dañar la economía rusa y restarle fuerza frente a una Ucrania que seguirá recibiendo armas. La estrategia es forzar al Kremlin a aceptar una negociación que no contemple las causas que originaron el conflicto, ni reconozca la situación en la escena bélica.

Las sanciones ponen precio tope a la venta del petróleo de Rusia, impiden a sus barcos atracar en los puertos europeos y prohíben a terceros países importar productos contentivos de crudo de esa nación, entre otras imposiciones.

Ello no derrotará a Rusia, y solo obstaculizará nuevas y eventuales negociaciones.

 

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