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Por Marlon Marlon

Los puentes son vitales para la comunicación vial. Imagínese cruzando de La Habana a Matanzas, por la garganta del Bacunayagua, pero sin puente. Casi imposible.

Sobre la importancia de esos elevados, existe una vieja historia. Eran dos hermanos que se pelearon y se fueron a vivir en tierras separadas por un río.

El más enojado le pidió a un albañil que levantara una muralla en la orilla, pues no quería ni mirar hacia la casa del otro. Pero el albañil, un hombre pacificador, en lugar de un muro, construyó un puente.

Cuando el hermano más noble vio la obra, cruzó y corrió feliz a abrazar al gruñón, y le dijo: gracias, hermano, por tu brillante idea de hacer un puente, pues yo anhelaba reconciliarme contigo. ¿Qué haría usted: un muro o un puente?

La piedra y el sol

En el corazón del desierto, donde el viento habla en lengua antigua, se alzan las pirámides: triángulos perfectos de silencio y eternidad. El sol las toca como si las recordara y la arena las cubre con la paciencia de los siglos.

Cada piedra guarda un secreto, cada sombra parece medir el pulso del universo. Miles de manos las construyeron, pero solo una idea las sostiene: la inmortalidad. No fueron hechas para mirar al hombre, sino para mirar al cielo, porque en Egipto, la arquitectura era una oración de piedra.

Y aún hoy, cuando el sol las abraza, el tiempo parece detenerse para escucharlas. Dicen que fueron tumbas; pero quien las contempla sabe que son templos donde la muerte no termina.

Los faraones creían que al morir ascendían por esas rampas invisibles que unen el suelo con el firmamento. Y el pueblo, obediente y sabio, levantó piedra sobre piedra, como si cada golpe de martillo grabara una plegaria.

El enigma eterno

Entre los pasillos oscuros de las pirámides, el alma del faraón buscaba la luz y en esa búsqueda, Egipto aprendió a desafiar al tiempo.

Han pasado milenios y siguen ahí, intactas. El hombre moderno las mira con la misma pregunta que los antiguos:¿cómo pudieron hacerlo? Ni los planos, ni las teorías, ni los cálculos logran explicarlo del todo.

Tal vez no fueron solo manos las que las levantaron, sino una fe tan grande que dobló la lógica del mundo. Sus vértices apuntan al cielo, sus pasajes siguen la ruta de las estrellas, y en su alineación aún late un mensaje que nadie ha descifrado. Las pirámides son la voz más alta que la humanidad ha dejado en la arena.

Y mientras el sol siga naciendo sobre Egipto, seguirán recordándonos que el hombre puede morir… pero sus sueños no. Y es que hay obras que no pertenecen a una civilización, sino a la eternidad misma.