Vivimos en un mundo frenético, que exige resultados inmediatos y tener todo bajo control. Por ello, saber esperar es un ejercicio activo de fuerza y coraje.
Vale decir que la palabra paciencia deriva del latín patiens, que significa el que padece, de ahí que pueda entenderse entonces que el hecho de esperar implique algo de sufrimiento.
Evitar ese dolor, o rebelarnos ante él, es lo que nos hace impacientes. La tecnología, en particular las telecomunicaciones, ha creado la expectativa de la inmediatez. Pero esto puede convertirse en un espejismo, y llevarnos a considerar como presente algo que está todavía por venir.
La expectativa es un sistema cerrado que resulta en frustración. Nos estamos acostumbrando a la inmediatez, y de ese modo, evitamos la espera, lo cual no es muy beneficioso, ya que uno de los secretos de la paciencia es la costumbre. Pues no se nace paciente.
Aprender a protegernos
Según la sicología, la paciencia hay que entrenarla aprendiendo a tolerar el sufrimiento que provoca el desconocimiento, la incertidumbre y el descontrol.
En la sociedad de la inmediatez, la satisfacción de un deseo de forma casi automática se ha convertido en una nueva droga sin nombre.
En el cerebro, funciona mediante dos mecanismos básicos: por una parte, proporciona placer, refuerza los circuitos de recompensa y se fomenta la búsqueda que ofrece la obtención del objetivo, cuanto antes mejor; por otra parte, se ponen en marcha mecanismos de evitación del dolor.
Para evitar caer en la trampa del desasosiego, lo primero que debemos hacer es ser conscientes de que somos impacientes; después, valorar qué fomenta nuestra inquietud y cuáles nos protegen.
Sí, porque la paciencia es protectora, nos permite atravesar situaciones adversas sin derrumbarnos.