La Habana, Cuba. – El hombre erige las ciudades para que estas a su vez lo arropen y le den consistencia. Una ciudad es como el Alma Mater de sus habitantes, y el hombre la erige también para que ella lo guíe. Digamos, por ejemplo, La Habana, la nuestra, aproximándose ceremoniosamente a sus 504 años.
Una ciudad y, sobre todo La Habana, cobra su espíritu de la gente y de la naturaleza. Es costumbre y es promesa; la costumbre que no se estanca en las crónicas, la que no es necesario explicar porque se vive a diario, y la fe que experimentamos solo por el hecho de habitarla.
El 16 de noviembre de 1519 puede ser una convención, un acuerdo en nombre de la historia, pero ese alto para la conmemoración festiva nos renueva y nos afianza.
La ciudad de las columnas
En el principio, como era costumbre, fue una misa y un edicto, y la ceiba que ya estaba allí. Y una bahía protectora y nutricia, y unas colinas y un friecillo alerta, y una premonición.
Si Santiago miraba al Caribe, La Habana miraba al golfo, un pormenor que con el tiempo ayudaría a completar la cubanidad, esa suerte para América. Con vestigios de indio, de hispano y enseguida de África se fue haciendo La Habana, cosmopolita por deseo de la Corona, que la designó lugar de concentración de las flotas con que vaciaba el continente.
Lo que primero fue criollo tendría que ser cubano, y La Habana nunca lo fue menos. Creció tierra adentro y en sí misma, se entendió con su clima y con su naturaleza. La hicieron nuestros padres para que ella nos hiciera a su imagen y a nuestra semejanza.
Sábanas blancas
Con una vuelta a la ceiba, el 16 de noviembre, el cubano invoca el nacimiento de su capital. Le pide al árbol y le pide a La Habana, pero también se les ofrece. Frente a la Plaza de Armas, en el Templete, renuevan una ceremonia mutua que los realza como ciudad y como ciudadano.
En efecto, el 16 de noviembre de 1519, Diego Velázquez escogió un lugar para plantar bandera y apeló al patrón de los marineros. No podía vislumbrar sin embargo que aquella San Cristóbal de La Habana, a solo un tiro de cañón de la ceiba ceremonial, daría a luz a un cubano magno, a quien justamente llamamos Apóstol.
Bien dicho sea el nombre de La Habana, aquí donde la demasiada luz forma otras paredes con el polvo.