La Habana, Cuba. – Nada me ha hecho verter más sangre que las imágenes de mis padres y mi casa; así escribía José Martí a su hermana, Amelia, en una desgarradora carta en la que confirmaba su apego a la familia.
Biógrafos coinciden en que el sustento ético y filosófico de la conducta martiana estuvo centrado en dos urgencias: el hogar y la familia que lo reclamaban, y la Patria que lo necesitaba. El eje de su existencia se centró en su pasión por Cuba, a la que situó primero, por encima de todo.
Uno de los estudiosos de la vida y la obra de nuestro Héroe Nacional apuntó con justeza: Sus verdaderos amores, como el de los místicos y los revolucionarios auténticos, no eran de naturaleza terrenal.
Y no le faltó razón. Para Martí, la familia unida por la semejanza de las almas, es más sólida y más querida que la familia unida por las comunidades de la sangre.
Una concepción amplia y profunda
La concepción martiana sobre la familia trascendió los límites de su época por su gran amplitud y profundidad, al abordar las funciones que demuestran su papel social y analizar las ideas vinculadas con la unidad de la patria y la identidad nacional.
En diversas reflexiones sobre la concepción martiana de la familia, los investigadores Arnaldo Zaldívar y Etna Noriega destacan las palabras del Apóstol cuando dijo: La familia es núcleo y ha de ser la base de la República.
Por otra parte, los biógrafos del prócer señalan que si poderoso fue su sentimiento instructivo de la fraternidad, no lo fue menos el de la paternidad. En el Ismaelillo, Martí apuntó: Hijo: espantado de todo me refugio en ti.
La magnitud de su pensamiento lo hizo sentirse hijo de su patria y por ella sacrificó su vida. Cuba fue su madre mayor.