La Habana, Cuba. – Durante toda la semana en curso, la ciudad norteamericana de Los Angeles será el cuadrilátero donde se batirán, quieran los anfitriones gringos o no, dos concepciones políticas bien diferentes durante la titulada IX Cumbre de las Américas.
Una destinada a dar aire y largo al tradicional dominio hegemonista de los Estados Unidos sobre el Sur del Hemisferio, y otra para la cual la dignidad, el futuro promisorio, la inclusión y el entendimiento tienen que ser necesariamente las bases de una nueva relación en el titulado Nuevo Mundo.
Y no es capricho de unos cuantos revoltosos e incómodos. Sencillamente es un imperativo en un escenario global donde los poderes omnímodos y totalitarios de unos pocos soberbios ya no tienen éxito, ni mucho menos porvenir.
Diferencias colosales
Para los que hemos vivido un poco más, es una experiencia reconfortante ver hoy a una América Latina que ya es capaz de decir no a los convites sesgados y armados al capricho y medida de Washington.
Algunos gobiernos lo han expresado con su inasistencia a un foro abiertamente manipulado por el ente hegemónico mundial que ejecuta exclusiones inaceptables, en una conducta que deja atrás las añejas serviles prácticas de asumir sin chistar los dictados washingtonianos.
Mientras, otros que se hacen presentes en la cita, no van precisamente a loar ni al anfitrión ni a sus adláteres regionales, sino a recalcar sobre el tinglado que no comulgan con divisionismos, promesas tramposas ni supresiones arbitrarias. Una mala estampa sin dudas para Gringolandia y sus rectores.