A las puertas de Santiago de Cuba, impedido por el ejército interventor yanqui de entrar a la urbe, con las tropas mambisas victoriosas, el General de Tres Guerras Calixto García, escribe al jefe de la hueste, Shafter, un mensaje que se revela en un «No nos entendemos».

En ese verano de 1898, a punto de cumplir 59 años, el patriarca holguinero respondía airado al insulto de cerrar la entrada de los mambises a Santiago, con el pretexto espurio de probables represalias contra la población española o sus militares.

Una evidente orden, desde Washington, hacía incumplir la promesa de entregar la plaza al Ejército Libertador, luego de cooperar con los norteños contra las últimas resistencias de las tropas colonialistas de España.

Para los heroicos patriotas cubanos, quedaba aclarado que la Casa Blanca no reconocería a la República de Cuba en Armas.

Dignidad innegociable

Sin alcanzar sus 6 décadas, dijo adiós a la vida el último Lugarteniente General del Ejército Libertador el mismo año del fin de la guerra, mientras cumplía una misión en Washington, pero su ejemplo es un índice acusador de la proeza cubana frente a Estados Unidos.

La casa que lo vio nacer en Holguín, un 4 de agosto hace 180 años, más que un museo de su vida u obra, e institución de respaldo a los estudios sobre las guerras de independencia, es un monumento a la dignidad de su pueblo que, como Calixto García, muchas veces eligió morir antes que la rendición.

La carta de vertical protesta a William Shafter traza una ruta de tenaz actualidad, para sostener una relación civilizada y de respeto mutuo con nuestro peligroso vecino.

Pues, como subrayaba en su misiva el General de tres Guerras, respetamos demasiado nuestra causa para mancharla con la barbarie y la cobardía.

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