¡Maestro, venga para acá!
Dice Raúl, que esa es la frase que más ha escuchado en los 57 años que lleva siendo maestro…en la Sierra, en el monte y en la ciudad, siempre ese llamado jubiloso acompaña sus pasos.
Raúl Núñez Iglesias tiene una manera de hablar tan pausada que nadie pensaría que hace 4 décadas es director de la escuela primaria del municipio Plaza de la Revolución, Mártires del Segundo Frente Oriental. Y es que según él, no está en la escuela para gritar ni para maltratar a nadie, sino para pasarla bien haciendo lo que más le gusta, enseñar.
Dice Raúl que no quería ser maestro, pero afirma sin embargo, que “poca gente tiene la suerte de haber pasado más de medio siglo enseñando”.
Refiere que no sabía exactamente a que quería dedicar su vida, hasta que escuchó la convocatoria para Maestros Voluntarios, poco después del triunfo de la Revolución cubana. “Eso me embulló y decidí de un momento a otro, ser maestro”
“Yo me incorporé a los Maestros Voluntarios, brigada de Maestros de Vanguardia Frank País y esa era la primera vez que salía de La Habana”, cuenta, “pero con 20 años me fui para Sagua de Tánamo”.
Sagua de Tánamo, en Holguín, según describe Raúl, en aquellos tiempos no tenía calles, era prácticamente monte, y los ríos se desbordaban con cualquier tormenta, por lo que tenía que ser muy cuidadoso a la hora de cruzar cualquier corriente para llegar a la escuelita en la que enseñaba a los campesinos. Que no era mucho más que un bohío hecho con tablas de palma.
“El primer domingo que llegué allí lloré”, dice riendo. “Cuado me preguntaron qué me pasaba, respodí que estaba extrañando mi casa en La Habana”.
“Imagínate”, me dice, “yo nunca había salido de la ciudad y de repente estaba en pleno monte, enfangado y comiendo poco”
Porque según cuenta, los campesinos eran gente dura, que desconfiaban de los habaneros. Y por eso aunque vivía con una familia en una casa en Sagua de Tánamo, nunca comía allí, sino que trataba de buscar sus propios alimentos.
“Y al mes de hacer eso, me dijeron que me había ganado el derecho a esar en su casa. Parece que notaron que no me importaba hacer sacrificios y que allí me iba a quedar”, refiere Raúl.
Sobre las clases me cuenta que también fue difícil para un joven maestro sin experiencia, pero que se ayudó de cartillas y documentos de apoyo y aprendió a dar el multigrado y a llevar un aula. Indica que el multigrado consiste en poder impartir clases a cualquier alumno de la enseñanza Primaria.
“Pero hay que reconocer que los campesinos realmente querían aprender. Uno iba a enseñar y ellos de verdad presataban atención”, refiere.
Luego de pasar un tiempo en Sagua de Tánamo, Raúl fue convocado para participar como representante del Partido en Segundo Frente, en el desarrollo de la Segunda Ley de Reforma Agraria.
Tras un año de servicio, regresó de nuevo a enseñar, esa vez a un pueblito llamado Arroyo del Medio.
“El día que llegué había una reunión de campesinos, y la gente no dejaba de mirarme. Yo expliqué que necesitaba que alguien me ayudara con un lugar para quedarme y poder impartir clases en la escuela del pueblo. Nadie quería”, dice.
“¡De La Habana, candela! Ustedes siempre necesitan acomodarse, me decían”, cuenta Raúl. “Pero yo no estoy buscando comodidad, le respondía. Yo vengo de La Habana pero soy igual que ustedes, ya estoy habituado al monte”.
Al fin un campesiino con nueve hijos le brindó un cuartico en su casa y le explicó que debía cocinarse y lavarse él mismo. Pero Raúl aceptó de buen talante y se quedó.
“A la semana ya a mí me sobraban los lugares donde quedarme. Ya yo era el maestro que todo el pueblo conocía”, refiere.
“¡Maestro, venga para acá! Todos me llamaban para que me mudara a sus casas, pero yo me quedé en la casa del campesino que me abrió las puertas desde un inicio. Aunque siempre me uní a todos los acontecimientos del pueblo, porque ya éramos una familia”.
Raúl prefirió quedarse dos años en Arroyo del Medio y de ahí pasó a Soledad del Palmar, como secretario docente. Luego se casó y como su esposa también era maestra, ambos se fueron a Jaragueca, también en el Segundo Frente Oriental y allí estuvieron un año impartiendo clases a niños de primaria en una escuelita rural.
Cuando su esposa se embarazó, decidió regresar a La Habana.
“Pero ya yo no quería estar en La Habana”, dice Raúl entre risas. “El muchachito de ciudad se había adaptado a estar en el campo”
Por eso, se fue para Rancho Mundito, un pueblecito cerca de San Cristóbal, a 12 kilómetros de la carrtera central, y pasó otro año allá.
“Estando ahí me mandaron para Artemisa de director de una secundaria, y ¿qué sabía yo de eso?”, cuenta Raúl.
“Pero para allá fui y por primera vez dirigí una escuela, que no es tarea fácil. Hay que tener voluntad y trabajar. Y yo tuve que demostrale a muchos maestros que llevaban mucho tiempo allí, que podía estar al frente”
Pero Raúl afirma que adoraba las montañas y que añoraba estar allá, en las escuela rurales y en las comunidades, pues se sentía en familia, por lo que decisió pasar otro año en Bayamo, en las Minas de Buey Arriba.
“Pero ya mi niño me necesitaba y después de unos meses por allá regresé para La Habana, y al poco tiempo me ubicaron como subirector en esta escuela, Mártires del Segundo Frente Oriental, que se nombra como el lugar por donde empecé mi carrera de maestro”, explica.
“El maestro cuando ha sido capaz de sacrificar la comodidad por enseñar ya va a ser maestro siempre”, afirma y refiere que al principio extrañaba mucho el campo. “ No es lo mismo el campo que la ciudad, yo vivía felicísimo en el campo, porque me llamaban para fiesta, para todo, éramos familia. Por eso me gustaba esa relación, y la extrañaba cuando regresé a La Habana. Pero luego me adapté muy bien a llevar una escuela como esta”
Ante la pregunta de cuál es el método para dirigir por 4 décadas un centro de enseñanza, Raúl responde: “ser como uno es. Yo me río con los muchachos, y si los regaño, les pongo la mano en la cabeza y les explico lo que hicieron mal. Ellos vienen todos los días y me dan un beso, me traen flores, me abrazan. Ellos me quieren”.
Así cuenta: “Los padres le dicen a los niños, ¡no le digas Raúl al director! Y yo les respondo, ¡pero ese es mi nombre!”
Dice que como director, exige respeto, pero que también sabe que los niños estan en la escuela para estudiar y para divertirse. “Yo tampoco vengo aquí a molestarme, vengo a divertirme enseñando”, afirma Raúl.
“Esta escuela no tiene timbre, yo salgo a las 7 y 50 de la oficina y camino por los pasillo y cuando los alumnos me ven caminando, van a formar. Son métodos que utilizo porque sé que ellos los respetan los valoran también», explica.
Pero Raúl no solo estuvo en las montañas cubanas enseñando, sino que ha trabajado como maestro internacionalista, lo que suma a su larga lista de aportes a la educación cubana.
“Estuve, 29 meses estuve en Angola entre 1977 y 1978. Le daba clases a los oficiales cubanos que no tenían noveno grado, para que apredieran un poco más y entre todos los maestros que estábamos allá, logramos que esos muchachosse interesaran por las clases ”, cuenta.
“Pero puedo decir que aunque no participé directamente en ningún combate, también viví esa guerra. Mi unidad era antiaérea y teníamos que levantarnos todos los días a las 5 de la mañana, en medio de la selva y con un frío que hacía que las vasijas de aluminio tuviera escarcha”, relata Raúl.
“Yo tuve miedo, incluso dicen mis compañeros que una vez grité cuando estaba de guardia, cuidando los camiones y sentí un ruido”, dice y se ríe.
Pero regresó a salvo y poco despúes viajó a México y posteriormente a Japón a trabajar en la embajadas cubanas en esos países, impartiendo el multigrado a niños hijos de funcionarios que allí laboraban.
“Regresé a Cuba y aquí me quedaré porque como los cubanos no hay nadie, afirma Raúl. Yo aquí he logrado también tener en la comunidad, una familia grande. Incluso ya hay nietos de alumnos míos estudiando en esta escuela.”
Raúl refiere que es una experiencia muy grata enseñar a generaciones de familias, que siguen regresando a la Mártires del Segundo Frente Oriental mucho tiempo después de graduarse.
“Si quiere ver niños alegres, tiene que verlos aquí. Hay una niñita de primer grado que me canta Cuba, qué linda es Cuba, que tiene problemas logopédicos, pero enamora todos los que la oyen”, dice Raúl y durente el receso, nos lleva a una de las aulas de primer grado de la escuela.
Efectivamente, la mayoría de los niños corren a abrazarlo y a contarle diversas situaciones, anécdotas y cuentos, los que él escucha con infinita paciencia. Y una pequeñita le canta, cómo no, Cuba qué linda es Cuba, acompañada de un coro difuso de niñas y niños que rápidamente se le unen.
“Yo llego aquí a las 5 y 50 más o menos, desde Marianao, y vengo Sábado y Domingos si es necesario también, porque esto hay que cuidarlo”, dice Raúl mientras aplaude con alegría al coro gigantesco que le dedicó Cuba qué linda es Cuba.