Médicos, maestros y constructores cubanos, entre otras profesiones u oficios, han servido a la humanidad, en todo el mundo, desde comunidades muy pobres hasta urbes más industrializadas, como fruto de la vocación solidaria de la Revolución.

Así, cuando el Papa Juan Pablo llamó a la apertura de la Isla al mundo, Cuba era ya una voz familiar en aldeas africanas, selvas de Suramérica e islas del Pacífico, como en el Sahara o el sudeste asiático.

Desde mucho antes, el respaldo criollo a la independencia norteamericana y nuestros brigadistas en defensa de la República Española, como miles de compatriotas que dieron su vida por África, o los niños de Chernobil acogidos en Tarará, son testimonio de esa vocación.

Voluntad y amor se conjugan en la esencia solidaria de nuestro Estado socialista, independiente y soberano, organizado con todos y para el bien de todos.

Mares y cielos solidarios

Contra toda pretensión imperial por aislarla, más allá de su naturaleza insular, soberana e independiente, Cuba está en la esperanza de esa humanidad que se pronuncia en un voto contra el bloqueo, pero también tiende la mano amiga.

Igual desde la tierra de los anamitas, soldados en la misma trinchera, o la hermana capital azteca, inquebrantable en su apego al pueblo cubano, sobre cualquier otra diferencia, la Isla rebelde recibe un aliento de paz multiplicado en hechos.

Así lo prueban los amistosos vecinos del Caribe, al enviar ayuda precisa, o el generoso gesto sandinista de compartir la mitad de su pan, en medio también de su dura realidad.

Con humildad aceptamos el abrazo de México, Venezuela, Bolivia y Nicaragua, como de China, Rusia, Italia o Vietnam, entre otros, porque alimentos, insumos médicos o combustible, más que recursos útiles son un acto de amor.