La Habana, Cuba. – Sus obras se reconocen a golpe de vista, porque René Portocarrero le impuso a cada una de ellas su sello personal.
Este 24 de febrero se conmemora el aniversario 110 de su nacimiento, ocasión propicia para redescubrir aspectos importantes de su pintura.
Su vocación de artista se llenó de lienzos y pinceles desde los 7 años y ya con 14 exponía sus primeros dibujos en el Salón Nacional de Intérpretes y Escultores, al lado de artistas consagrados como Amelia Peláez, Carlos Enríquez y Wifredo Lam.
El hecho de nacer en fecha tan gloriosa y en tiempo de Carnavales le otorgó a Portocarrero resonancias mágicas, pues el cumpleaños y la tradición se aliaron con la familia, y el pintor que un día sería famoso era disfrazado para que disfrutara de las fiestas.
Sensibilidad y arte
René Portocarrero afirmaba tener influencia de pintores tan emblemáticos como Amelia, Enríquez y Abela, muchos de ellos, sus maestros. Gustaba de pintar todo lo cubano: paisajes, palmas, el sol, el mar, pues afirmaba que su pintura era muy espontánea y emancipada, por lo que a veces lo sorprendía.
El artista dibujaba con mucha libertad e intensidad, generalmente en horas de la mañana y por la tarde, aunque tenía épocas febriles en que realmente el tiempo no existía para él; si bien su hora preferida era al atardecer, porque era cuando el color estaba en su justa medida, decía.
Su pintura era la suma de muchos estilos, aunque como dijo de él ese grande las letras, Alejo Carpentier, en su obra imperaba lo barroco.
La sensibilidad creadora y la manera de matizar los reflejos solares de Portocarrero, dotaba a sus lienzos de una calidez cromática espléndida.
Sus infinitas floras
Conocido como el pintor de La Habana, René Portocarrero le rindió culto a la ciudad y especialmente a su barrio del Cerro.
Medios puntos, conjuntos arquitectónicos amalgamados y de gran fuerza expresionista y un fulgor radiante descubren sus figuraciones.
Pero una figura inmortaliza la obra del pintor, una imagen pintada de MIL maneras y con distintos significados, que todos identifican como la Flora de Portocarrero. Esa mujer con sombrero es una estampa atada a sus recuerdos, pues se trataba de una catalana muy hermosa, llena de joyas que él transformaría luego en flores.
Poeta de un solo poema, entre sus series más valiosas están el titulado Color de Cuba y Un recuerdo de Carnaval. Dueño de inagotables recursos y figuraciones, Portocarrero vive en la permanencia y universalidad de sus obras.