La Habana, Cuba. – Cuentan que José María López Lledín dijo a Eusebio Leal: Yo soy el Caballero de París, nací en una ciudad antigua que ustedes no conocen, pero los invito a imaginar que tuvo murallas, palacios y castillos.

Y así quedó en la memoria de uno de los locos más cuerdos, que recorrieron las calles habaneras, derrochando gentileza y bondad, la aldea de Vilaseca, en la provincia gallega de Lugo, donde nació el 30 de diciembre de 1899.

Del andariego de capa negra y carpeta, donde llevaba tarjetas pintadas, plumas y lápices vestidos con hilos de colores para regalar, no se conoce cómo le vino el apodo, ni el por qué de la locura después de la prisión injusta.

Pero José María López Lledín, el Caballero de París, nos dejó la leyenda de su dignidad para no aceptar limosnas, el cabello estrafalario, las curvadas uñas y una filosofía única sobre la vida.

Conversación con el Caballero

Sus últimos ocho años, José María López Lledín los pasó en el Hospital Psiquiátrico de Mazorra, atendido por el doctor Luis Calzadilla, autor del libro Yo soy el Caballero de París.

En la última conversación con el paciente, este pidió no lo llamara Caballero, pues no eran tiempos de aristócratas ni de caballeros andantes; el médico preguntó si ya no era su fiel mosquetero, a lo que Lledín contestó: no Calzadilla, desde hace años solo eres mi fiel psiquiatra.

El ilustre cubano-español sufría una forma de esquizofrenia sin alucinaciones; falleció el 11 de julio de 1985, fue enterrado en Santiago de las Vegas y luego sus restos trasladados al Convento de San Francisco de Asís.

A la entrada de la institución, la escultura de José Villa devuelve al Caballero de París, quien ahora nos regala suerte al tocar su barba o sus manos.