Cuando en 1783 el segundo presidente de Estados Unidos, John Adams, abogó por apoderarse de Cuba, sembraba la semilla de un diferendo bilateral que llega hasta nuestros días.

Entonces, faltaban 64 años para la aparición del Manifiesto Comunista, 133 para el estallido de la Gran Revolución de Octubre y 177 para la entrada de los barbudos en La Habana.

No había entonces justificación ideológica para esconder, como hoy, las pretensiones de poner a Cuba bajo la órbita de Washington.

Esa bicentenaria aspiración es la esencia de la nefasta Ley Helms-Burton, un invento legal vigente desde el 96 y que codifica la tupida red de regulaciones que conforman el bloqueo contra nuestro país, pero que va mucho más allá al ser un intento de recolonización.

Una ignominia mayor

Rechazada universalmente por ser violatoria del Derecho Internacional, la Ley Helms-Burton pretende convertir a Cuba en un Protectorado de Estados Unidos.

Aunque en Washington no lo digan, la intención es darle marcha atrás a la historia para imponernos una ignominia mayor que la Enmienda Platt.

Y fíjese si resulta infamante que de acuerdo con ese engendro la soberanía nacional estaría en manos del Congreso de Estados Unidos, encargado de certificar, entre otras cosas, la compensación a los dueños de las propiedades nacionalizadas por la triunfante Revolución.

Ese invento legal, que está vigente, enreda casi hasta lo imposible la solución de las relaciones entre los dos países. Pero más allá de eso, ni la Helms-Burton, ni mil leyes que se dicten en Washington, podrán vulnerar la soberanía que en 150 años tanto costó.

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