Carlos J. Finlay trascendió a su propio siglo, se entregó al trabajo de su profesión, le ocupaban el tiempo las epidemias de cólera, el paludismo, la tuberculosis y el tétanos infantil, pero sobre todo, la fiebre amarilla.

Con rigor científico y extraordinaria paciencia, Finlay se fue adentrando en el estudio de la enfermedad y lo que pudiera provocarlo. Tras su ingreso en la Academia de Ciencias de La Habana, presentó numerosos trabajos sobre sus observaciones y estudios de la fiebre amarilla.

Una idea que a muchos les podía parecer un poco rara, comenzó a hacerse clara para él, y finalmente, relacionando el incremento del mal con la invasión de un tipo de mosquito, llegó a la conclusión de que era la hembra del Aedes aegypti el agente trasmisor.

Hoy, a 105 años de su muerte, Finlay continúa siendo el Pasteur cubano y benefactor médico de la humanidad.

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