La más famosa bailarina de todos los tiempos, Anna Pávlova, murió el 23 de enero de 1931, en la ciudad holandesa de La Haya.

Faltaban pocos días para cumplir sus cincuenta años, cuando sucedió el accidente en el tren en que viajaba y ella bajó y corrió por la nieve intentando ayudar a los heridos.

Del resfriado inicial pasó a decidir si se operaba o no, con el aviso de que nunca volvería a bailar, y negó la intervención porque sin su arte prefería estar muerta; días después, sucumbió por pleuresía y sus palabras de despedida fueron: Prepárenme el traje de cisne.

Dicen los críticos que Anna Pávlova, el melancólico cisne negro, era brillante, emotiva, penetrante, avasalladora; ella, que cultivó la perfección, transitó por estilos tan diversos como el clásico, el moderno y el vaudeville, en ocasión de una visita a Londres.

La Pavlova en Cuba

Entre 1915 y 1919, Anna Pávlova mostró tres veces su inmenso arte en Cuba y se presentó indistintamente en los escenarios de los teatro Payret, Luisa, Sauto, Nacional y Oriente.

De ella, dijo el poeta Federico Uhrbach en el Fígaro: “Tu dominio es el aire. Tú misma eres el aire, porque como el ambiente, transmites a las almas el perfume, la luz y la armonía”; y otro bardo, Mariano Brull, le dedicó un poema en doce estrofas.

Un dato curioso, a la bailarina que en sus dos primeras presentaciones causó furor, en su última visita, de menos impacto, le robaron el perro faldero que la acompañaba.

Anna Pávlova quizás sea la artista moderna que más viajó por el mundo; se especula que en unos 20 años recorrió más de 500 mil kilómetros en giras por Estados Unidos, Canadá, México, América del Sur, Sudáfrica, Europa y Oriente.