Su nombre está presente en cada combate, en cada triunfo revolucionario; sus ideas guiaron a los hombres del Moncada, el Granma y la Sierra Maestra y en el Enero de la Victoria.

El 11 de abril de 1895, Martí abandonó la tierra haitiana para embarcar rumbo a Cuba. Su existencia andariega pareció encontrar cierto reposo en esta hora en que la impaciencia le entristecía el alma.

En el Campamento de Dos Ríos, último punto de la parada, acampó con el resto de la tropa. La obra a la que había dedicado los años más fecundos de su vida estaba en marcha.

Las anotaciones en su Diario de Campaña cesaron el 17 de mayo y el 18 dejó inconclusa su carta a Manuel Mercado. Un día después se fue al combate, cumpliendo con su deber.

Nacido para poeta

En la cercanía de la muerte que quizás presintiera, Martí trasmite a quien lo lee uno de los testimonios más preciosos y raros que un hombre puede dejar, expresa la Zambrano en su texto sobre el Diario de Campaña de Cabo Haitiano a Dos Ríos.

“Subir lomas hermana hombres”, anotó Martí en su Diario.  Infatigable, no cesaba de apuntar sus impresiones y de escribir cartas e instrucciones a jefes y oficiales. ”Nacido para poeta tuvo que ser hombre de acción. Y toda acción es de por sí violenta”, escribió María Zambrano en su análisis sobre los apuntes postreros del Apóstol.

Para ella, Martí se hizo a sí mismo en contra de sí, de sus gustos. Por amor a la libertad vivió en una absoluta obediencia.

Y ese es el modo más alto y noble de ser hombre. Y es que Martí hizo universal el trozo de historia que le tocó vivir.

Ligero de equipaje

Quien supo andar por la vida haciendo historia, advirtió tempranamente el peligro que el entonces naciente imperialismo representaba para América Latina. Había vivido en el monstruo y le conocía las entrañas.

Aquel 19 de mayo de su caída se alzó a la historia. Presentía que para él ya era hora. “Pero aún puedo servir a este último corazón de nuestras repúblicas”, anticipó. Ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos del mar, como los versos del poeta Antonio Machado, se fue a la eternidad.

La muerte lo sorprendió en Dos Ríos, donde se unen el Cauto y el Contramaestre. Al conocer que el enemigo merodeaba por los alrededores y contraviniendo la orden de Máximo Gómez de quedarse en la retaguardia, avanzó ardoroso hasta la línea de fuego.

Cayó como había querido, peleando y de cara al sol.

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