La Habana, Cuba. – No puede la historia de Cuba prescindir de Máximo Gómez Báez, El Generalísimo: ese horcón militar dominicano de nacimiento, cubano de corazón, como lo calificara Martí.
Máximo Gómez entregó sus mejores años a la lucha por la independencia de nuestra Patria, y fue ejemplo supremo de internacionalismo. Y no solo por eso se inscribe en nuestra historia, sino porque fue paradigma de estratega militar y de jefe, presente en casi toda la insurrección cubana del siglo XIX.
Recién iniciada la Guerra de los Diez Años, Gómez protagonizó la primera carga al machete en Pinos de Baire o Venta del Pino, a un kilómetro al oeste del poblado de Baire, en el antiguo Oriente.
Los historiadores precisan que su expresión: Nadie haga fuego hasta que yo dé la orden, fue el detonante de ese impresionante combate a machete.
El Generalísimo presente siempre
Han pasado 115 años de la muerte de Máximo Gómez Báez, a quien por su sabiduría militar, coraje y destreza en el campo de batalla, se le denominó El Generalísimo.
Ejemplos que sustenta ese calificativo lo son, entre otros, la campaña Circular, en Camagüey; la Lanzadera, en La Habana; La Reforma, en Las Villas.
Máximo Gómez fue también un pensador claro, profundo y radical. Su ideología tenía a la soberanía patria como eslabón esencial en que descansase el desarrollo y la vida de los pueblos.
Una ideología firme y acendrada apegada a la libertad lo identificó siempre.
En 1905, ya en el siglo XX, la muerte le sorprendió enfrascado en deshacer la campaña reeleccionista del presidente Estrada Palma, personaje traidor y sumiso al imperio yanqui.