Camilo salió de lo más humilde del pueblo

La Habana, Cuba. – Al niño que nació en la barriada de Lawton, La Habana, el 6 de febrero de 1932, alguien pudo predecirle de que sería un gran pelotero, un sastre fabuloso, o un escultor.

Pero nadie hubiera predicho que con solo 24 años se enrolaría en un empeño de patriotas para devolver la dignidad a su isla mancillada. Ni que sería un guerrillero brillante. Ni un conductor del pueblo.

Con apenas 27 años por cumplir, él, que reunía las cualidades mejores de ese mismo pueblo, fue capaz de entrar a la inmortalidad para siempre joven.

Su nombre es Camilo Cienfuegos, y en solo tres años de su corta existencia, llenó páginas que a otros les tomaría más de una vida colmar.

Entró a la historia sereno, limpio, con una sonrisa franca, y una valentía rayando la temeridad. Es Camilo Cienfuegos, el merecedor de todos los epítetos, pero siempre mucho más que un epíteto.

Los epítetos lo definen

Una personalidad no puede sujetarse a un epíteto, pero la define. Camilo se forjó a sí mismo al calor de su personalidad.

Amor a Cuba, fidelidad, valor sin límites, amalgamados con la velocidad de los acontecimientos y lo vertiginoso del momento.

El Che lo retrató de manera entrañable: Camilo es Camilo. Lo cual significa un ser excepcional, único; un cometa que cruza veloz e ilumina el firmamento. Su propia vida fue luminosa; para mostrarnos lo necesario de la luz.

El mismo Camilo se reiría, sin embargo, de la condición de Héroe que él escaló. Los pedestales y encumbramientos no le interesaban.

A Camilo le interesaba lo fundamental: Cuba y los cubanos. Luego del triunfo de enero, al que aportó su cuota de entereza, rodeado por el pueblo que lo vitoreaba, supo apreciarlo: Yo contesto a los saludos, dijo, con igual cariño, porque sé que no me saludan a mí, sino a la Revolución.