La Habana, Cuba.- Hacer del baloncesto un arte y una entrada al corazón de la gente, con el permiso de las canastas, fue el paso legado por Pedro Chappé a este deporte que practicó desde niño en el Vedado, donde recibió la tutela del experimentado entrenador José Perkins.

Con trayectoria precoz, el pívot de 1.95 metros se convirtió en un espectáculo sobre la cancha a partir de inteligencia, capacidad anotadora y pases magistrales. Era un verdadero líder para su selección por la proliferación de figuras y resultados internacionales alcanzados.

Chappé estremecía a las aficiones en la Ciudad Deportiva, en Cali, en Munich y en cada lugar donde salía a divertirse encestando puntos. Se elevaba en suspensión por encima del gardeo rival, tiraba un gancho poderoso e intimidante, usaba poco la certera precisión que tenía desde el borde exterior y lo más importante: era un jugador para el equipo.

Leyenda de las canastas

En el triunfo más encumbrado del baloncesto cubano, el bronce olímpico de Munich, todavía se recuerda el papel jugado por Pedro Chappé. Sus 12 puntos y medio por partido y los 22 cartones anotados contra Brasil en el pase a las semifinales son históricos.

En total compiló 327 puntos en tres Juegos Olímpicos y figura entre los mejores 30 a ese nivel. Imperturbable en su juego, valiente como pocos, extremadamente técnico para su posición y carismático hasta echarse un equipo encima, Chappé sería, tras su retiro, director de la formación varonil cubana, en la que también dejó su impronta.

La traicionera vida, el último canastazo, lo sorprendió con 58 años en España. Para quienes nunca lo vieron jugar sigue siendo leyenda a la altura de quien se quiera comparar. Para sus compañeros, un verdadero líder bajo las tablas.