El Gabo junto a Fidel. Foto: Tomada de Cubadebate

Nadie puede poner en duda que Cuba, y en particular La Habana, formaron parte indisoluble de la vida de Gabriel García Márquez, el más encumbrado escritor colombiano quien aquí vivió como el más humilde y desconocido de los periodistas.

Mucho antes de ganar el Nobel de Literatura, incluso antes de ser conocido como un novelista de desbordada imaginación, Gabo llegó a la capital cubana para reportar el triunfo de la guerrilla verdeolivo en enero de 1959.

Fue entonces cuando conoció a Fidel, con quien se involucró mucho más cuando a pedido del argentino Jorge Ricardo Masetti, se quedó aquí a fundar, en ese mismo año, a la Agencia Latinoamericana de Noticias, hoy conocida Prensa Latina (PL).

El colombiano, que a la sazón tenía 32 años, cerró filas junto a los también argentinos Rodolfo Walsh, Rogelio García Lupo y Jorge Timossi, así como el uruguayo Carlos María Gutiérrez, entre otros fundadores de PL.

Periodistas cubanos de talla extra, como Ángel Augier, Joaquín Oramas, Ricardo Sáenz, Juan Marrero, Marta Rojas y Gabriel Molina, miembros del equipo primigenio de la agencia, con el roce diario y el talento demostrado pasaron a ser amigos más que colegas de García Márquez.

Como reportero de PL, trabajó primero en la corresponsalía en Bogotá y en 1961 abrió la oficina de la agencia en Nueva York, donde sufrió las amenazas de la contrarrevolución cubana y comenzó a ser blanco del interés del Buró Federal de Investigación (FBI por siglas en inglés).

El periodista que nunca dejó de ser, aunque más tarde en un tránsito natural se convirtió en un tremendo escritor, se puso de manera discreta al servicio de la Revolución Cubana y cultivo una profunda amistad con Fidel, a quien suministraba constantemente libros, e incluso los borradores de sus novelas, para que las leyera antes de publicarlas.

“Soy amigo de Fidel y no soy enemigo de la revolución. Eso es todo”, dijo en una oportunidad García Márquez, a quien por esa amistad le fue negada la entrada a Estados Unidos durante muchos años.

Pero esa íntima admiración hacia el proyecto cubano quedó plasmada en decenas de artículos, entre los que sobresale Operación Carlota, un excelente reportaje en el que devela la presencia de tropas internacionalistas cubanas en Angola.

Dedicado por entero a la literatura y con el Nobel en el bolsillo desde 1982,  el autor de Cien años de soledad cooperó en la creación de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano y de la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños, una institución que desde 1986 ha graduado a varias generaciones de cineastas.

Gabo fue presencia casi cotidiana en La Habana, donde se involucró en varios sucesos de alta política, como en 1998, cuando fue a Washington a llevar al entonces presidente estadounidense Bill Clinton un mensaje secreto de Fidel, que proponía a Estados Unidos la cooperación en la lucha contra el terrorismo.

Pero más allá de la identificación intelectual y política con García Márquez, lo que más impresionó al líder cubano, según recuerda Gabriel Molina, “era no solo el escritor y periodista fuera de serie, que el mundo admira y adora, sino también un extraordinario ser humano, que le corresponde con no menor cariño”.

Los cubanos también fueron recíprocos a ese cariño, expresado ahora en una escultura del escritor a tamaño natural recién colocada en los jardines del Liceo Artístico y Literario de La Habana, cuya sede es el Palacio del Marqués de Arcos, situado el corazón de La Habana Vieja.

El colombiano nació en un poblado que siempre consideró como fuente original de casi toda su literatura y que al estar situado cerca de la costa caribeña le otorgó muchas características similares a nuestra idiosincrasia, algo que quizás favoreció la afinidad del Gabo por Cuba y que le permitió hacer un fácil tránsito desde Aracataca a La Habana.