Foto tomada de Cubadebate

“La muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida”.

La muerte no inspira, evoca, da miedo, pero no inspira. Nadie quiere escribir sobre la muerte porque cada letra duele. Por eso, creo que es mejor escribir sobre la vida. Y no me entrego, aunque las noticias que por estos días no faltan en los titulares del mundo son relacionadas con la muerte de Fidel.

En un acto de rebeldía contra la siempre invencible, la que cuando marca no hay quien la detenga, contra la muerte, me aferro a la imagen de Fidel que más sonrisas despertó en la gente.

Todavía emocionan aquellas históricas imágenes del Comandante pronunciando sus emblemáticos discursos bajo un aguacero torrencial ante miles de cubanos que, en esas circunstancias no podían menos que seguir a aquel gigante, cuya voz no se opacaba ni con el agua del cielo.

Y qué decir de las madrugadas de ciclón, cuando la furia de la naturaleza se ensañaba con toda su fuerza destructiva sobre cualquier región del archipiélago. Fidel estaba como el primero en esas horas difíciles ofreciendo consuelo y preparando la reconstrucción.

“Yo lo vi una vez y es verdad que ese hombre impresionaba: su tamaño, su personalidad, parecía tan fuerte”; comentaba alguien, que esperaba bajo el fuerte sol que bañaba la interminable cola para acceder al Memorial José Martí.

¡Cuántas veces lo vimos despertar las más grandes ovaciones en la Asamblea General de Naciones Unidas o en otros escenarios internacionales! ¡Cuántas veces vimos a los pueblos del mundo recibirlo casi como si fuera un Dios! ¡Cuántas veces nos estremecieron los abrazos sinceros que le prodigaban mandatarios hermanos como Nelson Mandela o Hugo Chávez, este último su gran alter ego.

Fidel, el internacionalista. Fidel, el guerrillero invicto. Fidel, el gran estadista. Fidel, el hombre del siglo XX. Fidel el martiano, marxista y leninista. Fidel el deportista… ¿Dónde no está su huella, si al final Cuba es Fidel y Fidel es Cuba?

Foto tomada de Cubadebate

Partió uno de los revolucionarios que más pasiones y sentimientos encontrados despertó en todo el mundo. Y, aunque lo dio todo –algo que pocos dudan- el egoísmo de los que quedamos le reclama la hora de su partida, porque nos dejó, quizás, cuando más lo necesitábamos.

Las muestras de respeto son unánimes. La mayoría de quienes han ido a la Plaza, por una u otra razón, lo han hecho a conciencia. Y el silencio, ese silencio del que todo el mundo habla es auténtico, sencillamente, porque nadie tiene ganas de celebrar.

La bandera está a media asta. En estas horas la Revolución es –ante los ojos de los cubanos- perfecta. Y tal parece que hoy, como nunca antes, la figura de Fidel es también perfecta. Una perfección que se recuerda en su voz vibrante proclamando miles de veces “Patria o  muerte, venceremos”.

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