La necedad de asumir al enemigo, la necedad de vivir sin tener precio.

Todo el mundo le reclama que tiene que cambiar. A cada rato le recuerdan que ya pasaron los tiempos de poner la otra mejilla y que no se puede nadar contra la corriente. Le dicen que el ser humano es egoísta por naturaleza y que hace mucho rato que a la gente dejó de importarle el dolor ajeno.

Antes -es decir- en ese primer momento en que sus amigos lo empezaron a catalogar de “diferente” y lo consideraron “el último representante de su especie” por sus reacciones poco comunes, por su manera de pensar y su fe –casi indestructible- en el mejoramiento humano, él se dedicaba a intentar explicarles sus argumentos, el por qué de su manera de ver la vida.

Ya no. Ahora se queda callado cuando comienzan los discursos de lo que debería ser y no es, porque lo que le viene encima es una ráfaga de criterios y opiniones sobre la vida que bien pudieran parecer irrefutables.

(…) me vienen a convidar a indefinirme (…)

Yo no estoy ciego –les  dice- Tampoco es que no quiera ver. Simplemente quiero intentar pensar y actuar de otro modo hasta que las circunstancias me lo permitan ¿tengo derecho, no?

Justo en ese instante las risas estallan enfrente de su cara. La gente que más lo quiere en este mundo no se esconde para burlarse de él. Aquellos que han permanecido a su lado en las horas donde todos se van, no se esconden para tacharlo de idealista. A quienes darían la vida por él no les tiembla la voz para recordarle que va a sufrir, y que, dentro de la cadena alimenticia, él es el eslabón más débil.

“Y en realidad, da miedo ir contra la corriente, contra la lógica. Y da más miedo cuando esto se hace inconscientemente, pero que sería de mí o mejor dicho, quien sería yo si renuncio a aquello que me nace…total, yo no tengo nada de especial”; les repite a cada rato.

En realidad no hay nada de especial en alguien que intenta ser un revolucionario sin dogmatismos; que afirma que tiene claro su posición de izquierda, pero que no soporta las medias tintas y que tiene un verbo crítico, a veces mordaz, para señalar lo que cree mal hecho.

(…) dicen que me arrastrarán por sobre rocas cuando la Revolución se venga abajo (…)

No hay nada de especial en alguien que no teme decir en ningún escenario que apuesta por Cuba, que cree que es posible la construcción de una sociedad donde las necesidades no sean lujos y que no es un sueño que este archipiélago sea un lugar donde permanecer o al que regresar.

Tampoco hay nada impresionante en alguien que no pueda ser radical, que para casi todo deje una puerta abierta, que hable de esperanzas, de fe, de posibilidades, pero nunca de certezas.

“Sé que la vida no es justa. Poco a poco voy viviendo situaciones que me obligan a actuar de forma diferente y estoy seguro de que más temprano que tarde una parte de mí se transformará, pero estoy luchando porque yo le tengo pánico a conformarme, a convertirme en lo que detesto, a transformarme en una persona sin criterio propio y sin valentía para intentar romper esquemas”.

Tiene poco más de 20 años, una familia donde no hay nadie que se le parezca, los mejores amigos que alguien pudiera desear, una vida indudablemente interesante, una profesión que disfruta como pocas cosas y ningún talento especial. En el tiempo que dicen, es para disfrutar, se preocupa –básicamente- por tres cosas: Ser auténtico, aprender, y ser todo lo bueno que se pueda ser.

Tiene casi tantos defectos como virtudes: pocas veces puede decir que no, da demasiadas oportunidades, olvida con una facilidad digna de preocupación, pone a todos por delante de sí mismo, vive intentando –intentos fallidos, por supuesto- quedar bien con todo el mundo, necesita constantemente palabras de aliento y pocas veces hace lo que dice.

No es famoso, probablemente nunca lo será y la gente que pase por su vida es muy posible que lo recuerde como lo que nunca fue. Aun así, vale la pena conocer a un necio y ojalá, al final pueda decir “yo me muero como viví”.