Sofía cumplió 15 años. Está en la flor de su juventud. Terminó la secundaria básica, ahora se dispone a comenzar sus estudios en el pre-universitario y dice que no le gusta el periodismo porque está segura de una cosa, quiere ser como su mamá: microbióloga.

Sofía junto a su mamá. Foto de la autora

Es muy fácil conversar con ella pues tiene un espíritu de los buenos, de los que te hacen olvidar de las circunstancias en la que los conoces, de los que te invitan a contarle hasta el más mínimo secreto, pero Sofía tiene cáncer.

Para el pequeño Andy, el rinoceronte es el primo del hipopótamo y no se puede hablar muy alto porque el león se pone celoso. Le gusta el zoológico y comenta con orgullo de cuando lo visitó con su hermano y su mamá.

Entonces, quieres inventarle los más graciosos cuentos, las más disparatadas anécdotas, las reuniones de animales más extrañas porque eso es lo que le haces a un niño de cuatro años. Andy es especial, único, pero tiene cáncer, aunque eso no le impide soñar.

El pequeño Andy. Foto de la autora

La Sala de oncología del Hospital Pediátrico William Soler se ha convertido temporalmente en la nueva residencia de esos niños. Para ella es su segunda vez ingresada, para el pequeño de Melena del Sur es la primera.

Tiene ocho cubículos, incluyendo los dos ambulatorios, pantry, sala de enfermería, curaciones, y un cuarto de juegos. Los muñecos adornan sus paredes y en un pequeño espacio hay una pared llena de fotos para recordar a los que ya nunca volverán a entrar como pacientes sino como amigos.

Las doctoras Caridad Verdecia Cañizares, jefa del Servicio de oncología, y Magda Alonso Pires, oncopediatra. Foto de la autora

A las doctoras Caridad Verdecia Cañizares, jefa del Servicio de oncología, y Magda Alonso Pires, oncopediatra, se les considera como unas segundas madres, unas tías, o simplemente esas personas especiales que luchan para hacer desaparecer el tumor y que siempre están con sus más fieles escuderas: las enfermeras.

Hay algunos niños más tímidos que otros. Quienes prefieren el Barça al Madrid, hablar por teléfono, conversar con los periodistas, hacer un cuento o simplemente esconderse debajo de sábana como si eso fuese a evitar que los viéramos.

Pero no se dejen engañar. Detrás de sus frágiles cuerpos se esconde una fortaleza inigualable. Ellos son únicos, porque luchan contra un enemigo común como unos gladiadores con garra, ímpetu, y cuando creen caerse tienen a su lado a sus familiares y a todo el personal de la sala, entonces se levantan y vuelven a luchar porque eso es lo que hacen los pequeños guerreros.

Niños en la sala reciben una donación del ICRT. Foto de la autora

Sala de juegos. Foto de la autora