Por: Joel García

El 15 de octubre de 1964 es una de esas fechas imperdonables de olvidar en la historia del movimiento deportivo cubano. Y lo más trascendente de ese día ocurrió en poco más de diez segundos y bien lejos de nuestra pequeña Isla del Caribe.

Algunos aún recuerdan la noticia como la más esperada de esa semana, mientras otros prefieren hablar del camino que abrieron las piernas de uno de los corredores más rápidos del mundo entonces, nuestro Enrique Figuerola.

La final de los 100 metros planos en los Juegos Olímpicos de Tokio fue el centro de atención. Entre los favoritos para la corona más codiciada de cualquier deportista estaba Figuerola, para muchos El Fígaro, cual ébano de pequeña estatura con una espina clavada desde hacía cuatro años, cuando perdió el bronce olímpico en Roma.

Una leyenda en el deporte cubano

El subcampeón olímpico de 1964, Enrique Figuerola, es una leyenda de nuestro movimiento atlético. Pero no por haber sido el deportista más destacado de la década de los 60 del pasado siglo en Cuba y uno de los más sobresalientes de América Latina en esa misma época, sino por resumir en su persona modestia, talento, inteligencia y amor a su pueblo.

Verlo en el bloque de arrancada señalaba siempre una ambición: ganar. En la actualidad sigue contribuyendo con sus conocimientos en el área de velocidad.

Su experiencia y ejemplo imprimen a cada sesión de entrenamiento el mismo magnetismo de aquel 15 de octubre de 1964, cuando tocó la gloria inmortal del Olimpo y los cubanos parecieron correr a su lado, aunque sólo sus piernas vivieron el regocijo de abrir la historia.