Cuba.- Dicen que resulta difícil no distinguir a un cubano en cualquier parte del mundo. Una idiosincrasia peculiar que rebasa fronteras geográficas es una de las características que nos diferencia y que forma parte de un listado de elementos que nutren la denominada identidad cultural de Cuba.

El antropólogo cubano, Don Fernando Ortiz, definió la identidad nacional como un complejo ajiaco, fruto de un proceso dinámico de transculturación material y espiritual de las etnias.

Del legado aborigen surgieron los topónimos de pueblos y regiones, mientras, tradiciones culinarias, expresiones y una fuerte religiosidad popular quedaron en el cubano a través de sus ancestros hispanos y africanos.

En ese largo proceso, en el cual intervinieron otras huellas foráneas, se conformó la nacionalidad cubana.

Cuba: un ajiaco del caribe

Dada la gama heterogénea que somos, interpretar la identidad de Cuba como un ajiaco es una de las acertadas relaciones metafóricas que define la hibridación de expresiones y elementos foráneos que conforman nuestra cultura.

La influencia española se hizo sentir en la formación de la literatura cubana, así como en la comida tradicional de la Isla, a la que se suman rasgos de la cocina africana, caribeña y oriental.

Asimismo, el ritmo africano, vinculado a la melodía que nos vino de Europa, propició la creación de una música, con un desarrollo artístico ampliamente reconocido, que es uno de los elementos influyentes en la construcción de la personalidad del cubano.

Se puede concluir así que somos una mezcla de mestizaje de cocinas, razas y culturas, un caldo denso de civilización que borbollea en el fogón del Caribe.

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