Un hombre decidió echarse su país en las espaldas y con su carga ascendió hasta las cumbres más altas, donde en mármol cabizbajo otro hombre lo esperaba.

Él encendió las antorchas de la apostólica marcha, él condujo los disparos en el alba del Moncada, él capitaneó las olas desde la proa del Granma, él descendió de la Sierra guiando la caravana.

Escalamos a esta altura, deudores de su palabra, porque afrontó los reveses y reavivó la esperanza con la fuerza de su ejemplo y el brillo de su mirada. Su pasión por los humildes nos abrió un sitio en el mapa, y de la sombra que fuimos nos transformó en luminaria para que acudieran todos a la mesa en nuestra casa.

No será pátina antigua que enmudece en las estatuas, porque él es Revolución, es escudo, es pueblo, es Patria