Foto/Juventud Rebelde

Por: Saturnino Rodríguez

Las tropas de Máximo Gómez y Bartolomé Masó se adelantaron para hacer contacto con el enemigo. Gómez le había recomendado a José Martí que se mantuviera atrás, para resguardarlo del fuego.

Los machetes refulgieron con su filo, y las descargas de fusilería atronaron la tarde de ese domingo 19 de Mayo de 1895. Pero hubo tres disparos provenientes desde la maleza, particularmente trágicos.

Esos tres disparos impactaron en el alma de los cubanos. Quedaba tendido en las sabanas de Dos Ríos, de cara al sol, el mejor hijo de los nacidos en Cuba. Caía en combate José Martí, una vida de 42 años cumplidos, mientras otra vida todavía por cumplir se erguía del pasto hollado por los caballos.

En ella, el Mayor General del Ejército Libertador José Martí, continuaba su andadura a galope por toda la Isla. Con su palabra y su ejemplo, ya para siempre sin derrota.

Los sueños para nosotros soñar

Dolor y consagración coinciden místicamente esa tarde de domingo 19 de Mayo de 1895 en los potreros de Boca de Dos Ríos, cerca de donde confluyen el Contramaestre y el Cauto, en la actual provincia de Granma.

Dolor, porque caía en combate José Martí, el mejor de los hijos de Cuba, quien había dedicado todas sus energías a engrandecer la Patria; por intentar librarla del vasallaje.

Consagración como epifanía; el arribo a un destino y la partida hacia nueva ruta: Sellaje y apertura. Una vida física segada a la temprana edad de 42 años, y otra existencia más allá de la muerte, que jamás conocería la muerte.

No en balde, ese mismo domingo 19 de Mayo, un soldado de las tropas mambisas, ya enteradas del aciago suceso, calificó a Martí como El Apóstol. Es decir: el que trae la esperanza; los sueños para nosotros soñar.