Aquella mañana del 20 de febrero de 1954, dos mujeres revolucionarias salieron de la prisión de Guanajay.

Eran las moncadistas Melba Hernández Rodríguez del Rey y Haydée Santamaría Cuadrado, condenadas por su participación en el heroico asalto al cuartel Moncada. Ambas habían salido con vida del Hospital Civil, baluarte de resistencia de Abel, tras el fallido ataque al regimiento militar.

Y aunque pudieron haber sido absueltas si aceptaban la defensa de que en calidad de enfermeras desempeñaban un “móvil noble”, exigieron que se les condenara de la misma manera que a sus compañeros.

Ambas asumieron valientemente su participación en la organización del Movimiento.

En tareas apremiantes

Tras la condena de 7 meses que le impuso el Tribunal que las juzgó, pues según narra la periodista Marta Rojas, testigo excepción del juicio del Moncada, quedó más que probado desde el punto de vista jurídico y real que habían participado en los hechos en calidad de enfermeras, Haydée Santamaría y Melba Hernández abandonaron la prisión de mujeres de Guanajay.

A partir de ese momento, Melba y Haydée se alistaron para una peligrosa misión: divulgar clandestinamente el Manifiesto a Cuba que sufre, y lo que se consideró la tarea más apremiante: la edición y distribución de la trascendental autodefensa conocida como La Historia me Absolverá, que Fidel había reconstruido y hecho salir del presidio Modelo de Isla de Pinos hoja a hoja.

Empezar de nuevo

Contaba Marta Rojas, al referirse a la excarcelación de Melba Hernández y Haydee Santamaría, que con la mayor discreción posible, dada la calidad de las excarceladas, un grupo de militantes ortodoxos y de otros compañeros, así como los padres de ambas combatientes, se reunieron en Guanajay, para recibir a las heroínas.

La propia Marta califica de conmovedor aquel reencuentro. Para Joaquina en especial, quien había perdido a su hijo Abel, abrazar a su Yeyé fue de un impacto extraordinariamente dramático.

Escribía la periodista y escritora que Haydée la hizo sentar con ella y Melba en un banco cercano para que le contara algo más del juicio de Fidel. “¿Y ahora? -le preguntó Marta Rojas.

“Empezar de nuevo, tenemos una deuda con nuestros hermanos muertos”, dijeron ellas al unísono.