Por: Marilys Suarez Moreno

José Martí, vivió en España un total de 6 años, distribuidos en tres etapas. Dos años cuando era niño y residió en Valencia con sus padres y donde nació una de sus hermanas. Casi cuatro años en su primera deportación, cuando residió en Cádiz, Sevilla, Madrid y Zaragoza, dos meses en su segunda deportación, breve estancia que pasó en las ciudades de Santander y Madrid.

La relación de Martí con España y viceversa tiene connotaciones especiales. Amaba la tierra de sus padres, sin olvidar que en la que había nacido sufría la bota cruel del colonialismo español. “Al español liberal y bueno, a mi padre valenciano, a mi fiador montañés, al gaditano que me velaba el sueño febril”. Así dijo en el hermoso discurso Con todos y para el bien de todos.

Cálido homenaje

Dos hechos marcaron la estancia de Martí en España: el encuentro con la bella Blanca Montalvo, primer amor de su vida, y la rebelión popular, cuando el general Pavía disolvió el Congreso en Madrid.

La República zozobraba, pero no flaquearon los zaragozanos que se lanzaron a la calle en busca de armas. Se levantaban barricadas y se recrudecían combates en las calles, como en 1591, cuando el Justicia Antonio Lanuza desafió al Rey “extranjero” en representación de pueblo de Aragón y por eso fue decapitado; o bien a la protesta armada de 1869.

Martí sufrió esa derrota como cosa propia y justamente al cumplirse III siglos de la ejecución de Lanuza, le rindió cálido homenaje junto al comunero Padilla, en sus Versos Sencillos.

Para Aragón  en España

El amor de Martí por “la tierra amarilla que baña el Ebro lodoso” llenó su corazón de gozo. Y en los Estados Unidos, desde el invierno frio de su destierro neoyorkino, España vivía en nuestro Héroe Nacional.

Poco antes de fundar el Partido Revolucionario Cubano, cuya misión principal era lograr la independencia de la Metrópoli española y sentar las bases de la República, no le animaba el odio hacia la España de la maza y de la idea, que después cantara el poeta Antonio Machado, y retorna a sus días universitarios en la Placita de la Justicia, “al Pilar azuloso”, símbolo de la ciudad, a la musa rubia de la casa de los Montalvo, perdida pero no olvidada, porque allí rompió “la poca flor de mi vida”. Y surgen en el norte norteño estos versos: “Para Aragón en España/tengo yo en mi corazón/un lugar todo Aragón”.