La Habana, Cuba.- Almorzaba José Martí con su amigo Juan Gualberto Gómez, infatigable conspirador por la independencia, cuando fue detenido en su propio domicilio de la calle Amistad número 42, en Centro Habana.

Era el 17 de septiembre de 1879, y hacia menos de un mes del alzamiento de José Maceo y Guillermón Moncada, en Oriente, con el cual se iniciara la llamada Guerra Chiquita.

Apenas un año antes, Martí había arribado a La Habana con su esposa Carmen, embarazada de su José Francisco, nacido en noviembre de 1978 y trabajaba en el bufete de Miguel  Viondi, además de ejercer el magisterio.

Pero la dicha de la vida familiar no colmaba su ánimo rebelde y se dio a la tarea de conspirar.

Nuevas acometidas

La insurrección había cesado en Cuba, pero en la patria vivía el ansia de rebeldía de sus hijos, unos en el exilio, preparando nuevas acometidas; otros moviéndose callados por toda la Isla.

Martí se unió a esos afanes, sabedor de que tenía que ser la voz que proclamara que el patriotismo no había muerto ni podía morir. Se relacionó con otros jefes combatientes exiliados y con los que quedaron en Cuba, como el periodista amigo Juan Gualberto Gómez.

Con un grupo de conspiradores y con hábiles emisarios emprendió la tarea de continuar por el camino que se había trazado. Incluso llego a presidir un comité revolucionario que se reunía secretamente en Regla.

En esa labor, Juan Gualberto, culto y noble, era el más activo y entusiasta colaborador de Martí, a la sazón con 26 años y un quehacer literario en auge.

Una viril respuesta

Martí y Juan Gualberto multiplicaron fuerzas organizando la ayuda a los alzados en la Guerra Chiquita. Cuando fue detenido aquel 17 de septiembre de 1879, merced a una delación, las autoridades coloniales insinuaron que Martí se avenía a declarar públicamente su adhesión al gobierno español a  cambio de su libertad.

Se dice que ante tal proposición él ofreció una viril respuesta: “Martí no es de la raza vendible”.

El 25 de ese mismo mes salía otra vez deportado a España y a disposición del gobernador civil de Santander. Su memoria despertó entonces viva y lacerante. Recordaba su primer destierro a la Península, 18 años atrás. Cumplido el trámite de presentación al gobernador civil, el héroe cubano fijó residencia en Madrid.