Como lava creciente al descender por las laderas, como afluente que se desborda y arrastra la maleza enmarañada, del este luminoso venía descendiendo con el sol la Caravana de la Libertad.

Sobre las huellas frescas todavía de la sangre y el luto, bajaba entre vítores y banderas, liberando la isla de terror y de muerte.

Era la caravana de los vencedores de barbas y melenas, y de los adolescentes de verde olivo que se habían empinado como héroes reales arrancándole el arma al enemigo, y de los adversarios convertidos al brazalete rojo y negro por la razón y la justicia.

Traían la promesa de aplastar la ignorancia y la insalubridad, de dar hogar y empleo a blancos y negros y mestizos, de arrasar con el vicio y la corrupción, de construir la Patria nueva de todos, con todos y para bien de todos.

El hombre que fue bien

Al hombro del guía descendió la paloma para confirmar su liderazgo, y el hombre marcado cumplió su destino de ir al frente en cualquier circunstancia.

Encabezó la recuperación de la tierra y de las riquezas expoliadas, el disparo que perforó al barco invasor frente a la playa, el combate de dignidad  contra los cohetes enemigos, la batalla que liberó a otros pueblos de opresión racista.

Condujo el enfrentamiento a la furia de la naturaleza y a la muerte epidémica, y dijo en el foro mundial la palabra que necesitaba decir la mayoría, y distribuyó por otras tierras los panes y los peces del amor de los suyos.

Esta historia comenzó en una marcha el ocho de enero inaugural, con una paloma que se posa mágica en el hombro del líder y con el compañero de guerrilla que responde: Vas bien, Fidel, vas bien, vas bien…