Escudriñar, aun a vuelo de pájaro, en la vida de Máximo Gómez, ese dominicano recio, enérgico y de gran nobleza que fue Generalísimo del Ejército Libertador, es retrotraer en el tiempo a una figura que se entregó totalmente a Cuba sin pedir nada a cambio.

A este suelo arribó en 1865 como oficial del ejército español y 3 años después se incorporó al movimiento emancipador.

Estratega brillante, Gómez condujo a las fuerzas cubanas en algunos de los más notables combates contra el ejército colonial.

Pino de Baire, donde encabezó memorable carga al machete, La Sacra, Palo Seco, Las Guásimas y Mal Tiempo lo ganaron para la gloria. Símbolo de las virtudes del guerrero, el Generalísimo era enteramente leal a Cuba.

La idea lo es todo

Protagonista de nuestras dos grandes guerras patrias, Máximo Gómez, el dominicano nacido en Bani, al sur de Santo Domingo, el 18 de noviembre de 1836, fue un combatiente intrépido, exigente y férreo, convencido siempre de la causa que defendía.

“En una guerra -decía- un hombre es un número; la idea lo es todo”. Al caer Ignacio Agramonte en Jimaguayú, asumió el mando de la División del Centro, y en 1892 se unió a José Martí, con quien desembarcó en Cuba tras el Grito de Baire.

Su plan de invasión sí se ejecutó esta vez y junto a Maceo realizó la hazaña militar que asombró a todos.

Crédito para la revolución que mostraba su fuerza y desprestigiaba la metrópoli. La base del éxito: el sacrificio, la valentía y la decisión de ver a Cuba libre

Caudal de vida y amor

El triunfo, escamoteado por el imperio, le dolió fuerte al recio mambí que fue Máximo Gómez, calificado por el enemigo como el primer guerrillero de América.

La fruta madura en manos de los yanquis que entorpecían la libertad, dolió al Generalísimo, quien señaló la importancia de la unidad entre los que procedían de las filas de la revolución.

“Los americanos han amargado con su tutela impuesta por la fuerza la alegría de los cubanos vencedores”, dijo quien entre los trajines y las vicisitudes de la guerra, entre las cargas al machete y las campañas invasoras,  desparramó un caudal de vida y amor a su paso por la vida.

Su muerte, en 1905, debida a una prolongada enfermedad infecciosa, llenó de luto al pueblo cubano que lo consideró suyo también y al que ligó su vida para siempre.

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