Cuando pequeño, Albert Einstein no dio señales tempranas del genio en que se desdobló después. Fue lento para aprender a hablar; tenía un comportamiento taciturno de niño y, en lugar de jugar, tendía a caminar pensativo y soñar despierto.

Uno de los primeros asombros de su vida fue descubrir, cuando tenía 5 años, una brújula magnética de su padre. Observar cómo la aguja señalaba siempre en la misma dirección lo dejó fascinado. Además de físico teórico, fue inventor.

Una de sus creaciones fue un tipo de refrigerador que fabricó tras saber que una familia de Berlín había muerto por los gases tóxicos desprendidos al romperse el precinto del refrigerador de la casa.

Einstein quería que el nuevo fuera más seguro, eliminando la bomba usada para comprimir el refrigerante. Y creó la bomba Einstein-Szilard basada en electromagnetismo. Además era silencioso y a prueba de emisiones.

 Ideales de paz

Albert Einstein tenía afición por dos cosas: la navegación en vela y la música. Tocaba el violín, y parece que la conexión entre este instrumento y la ciencia la conoció gracias a Pitágoras, uno de los primeros científicos que estudió la acústica, y que además creó cuerdas tensas con puentes deslizables, fundamento del actual violín.

La última carta que escribió Einstein, con fecha del 11 de abril de 1955, estaba dirigida al filósofo y matemático Bertrand Russell para aceptar la forma final del documento posteriormente conocido como el “Manifiesto Russell-Einstein”.

En este se llamaba a una conferencia para estudiar los peligros de la carrera armamentista y advertían que existía “un peligro muy real de exterminación de la raza humana por el polvo y la lluvia de las nubes radioactivas” y que la única “esperanza para la humanidad es evitar la guerra”.

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