6-1958-fidel-castro-sierra-maestra-EFELa Habana, Cuba.- La imagen confirma su perfil ante el azul inviolable sobre la alta montaña, en lo más elevado de la Sierra en que comenzó a forjar un país para todos, mientras le iba brotando la barba legendaria.

La gorra verde olivo –símbolo y yelmo- no ensombrece con la visera de su mirada expandida hacia la lejanía del tiempo, allá donde fue capaz de ver, anticipar, advertir y prever.

El fusil al hombro declara su estirpe de guerrero sin tregua, de fundador al frente en las batallas.

Todo ese hombre encarnó la dignidad de una nación, la esperanza de un pueblo, la voz de los desposeídos de la Tierra hacia la que siempre miró magnánimo y enérgico.

La Historia reiterará su nombre, porque ya antes del Moncada su nombre comenzaba a ser Patria para más tarde ser Humanidad.

Un mandato para todos los tiempos

De la casa paterna en el campo donde aprendió humildad, camaradería, audacia y espíritu rebelde, fue creciendo al clamor de justicia.

Del tribunal estéril frente a jueces venales, se levantó al asalto del Moncada; de comandar el Granma, se irguió a la valentía de Comandante en Jefe. Y en el foro mundial, y en el ejercicio fraterno del internacionalismo, contra la vacía grandilocuencia de los poderosos, se alzó su liderazgo al mando de una Revolución que él vio “más grande que nosotros mismos”.

Siempre seguiremos su ejemplo en las batallas nuevas, con la fidelidad como estandarte, porque él se concedió leal sin detenerse, y porque confiamos en que más allá de nosotros, en tiempos de paz y de pelea, los que vengan seguirán repitiendo: “Comandante en Jefe, Ordene”.

 

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