Fotos: Oliver Hung Raíces

Comienzan los días de un aniversario trascendental, que el próximo noviembre marcará los cinco siglos de la fundación definitiva de San Cristóbal de La Habana, a la sombra de una ceiba, a la vera de la bahía que tanto codiciaron corsarios y piratas, frente a las aguas cálidas del Caribe.

Con vistas a la fecha, ya está en marcha un extenso programa dirigido a mejorar la imagen de la ciudad de las columnas, el cual prevé superar el maquillaje de ocasión y dejar obras perdurables para todos los que la recorren, habitan y aman.

Aunque nació encadenada a un imperio extranjero, la Noble Habana estaba llamada a la grandeza y pronto se distinguió como la Llave del Nuevo Mundo, Antemural de las Indias Occidentales.

Ecléctica la nombran, y el término rebasa lo arquitectónico, porque su sustancia es la de una raza múltiple, forjada con impares bellezas, atesorando, en fin, el mestizaje secular de sus esencias.

Una pasión que nos acompaña

Aún bajo el asedio de un bloqueo, con las paredes desairadas por el deterioro, carestías y olvidados barrios periféricos; La Habana se reinventa cada día gracias a la pasión y el ingenio de su gente.

Como una guerrera infatigable que no renuncia a desbrozar el laberinto frente a la oscuridad de los tiempos, la villa de San Cristóbal reserva una magnificencia que la legitima siempre entre la adversidad.

Además del rescate de obras patrimoniales, ahora el brillo de nuevos hoteles, restaurantes, bares y cruceros se funde con el velado esplendor de sus plazas, iglesias, fortalezas y autos antiguos, registrando el embrión de una modernidad que se proyecta al futuro.

La Habana se revaloriza con el paso del tiempo y cada aniversario es más vieja y más nueva, pero dispuesta siempre a revelarnos el misterio.

Las cosas de La Habana

Noviembre despierta siempre el orgullo metropolitano de una ciudad maravilla que pone la cara de Cuba ante el turismo internacional, con el donaire de una geografía privilegiada.

Pero hay un patrimonio silencioso de inagotable reserva que nos habita y trasciende.

Esa es La Habana de las umbrosas arcadas que alivian la faena del caminante; la del muro de los adioses y las ausencias; de la plaza que nos desarma ante la mirada fija del Maestro; la del cementerio que es otra ciudad dormida; la de los parques de barrio ungidos por la luz de la media tarde.

La ciudad de las esquinas empapadas de ron y fe; de la polvorienta calzada que cantó Eliseo; la del mar de los tiempos perdidos y las sábanas blancas y el pan de cada día. Ese es el verdadero tesoro de nuestro tiempo, la vigilia de todos nosotros.