Por: Joel García

La tarde de 1967, cuando salió de la escuela junto a Celso Tamayo, se definió el destino de Ángel Herrera sobre un ring. Tenía 9 años, pero su amigo lo convenció de manera inusual: “No tenemos novia y mira a tus hermanos y a los míos como sí tienen por el boxeo.

Vamos a meternos en ese deporte”. Vestidos de uniforme llegaron hasta el gimnasio de la calle Paseo, en Guantánamo, donde los recibió José María Chibás, más conocido por Chema.

No tuvieron a corto plazo muchas muchachas para repartir besos, pero Herrera se convertiría en leyenda del cuadrilátero con dos títulos mundiales e igual cantidad de oros olímpicos, entre otros premios, a base de talento, sacrificio y entrega total.

Sus espinas quedaron en una tercera corona olímpica y algún cetro en Juegos Panamericanos, en tanto se desempeñó como capitán del equipo nacional por más de una década.

El privilegio y la voz de un campeón

Una vez retirado, el doble campeón mundial y olímpico de boxeo, Ángel Herrera, trabajó en la EIDE Mártires de Barbados y prestó colaboración en Bulgaria y Perú.

Al preguntarle su opinión sobre el pugilismo cubano actual no dudó en responder: “Son beneficiados en el tema económico y cuentan con mejores condiciones de vida, pero siento que les falta un poco más de amor a lo que practican. Les he dado consejos a algunos y no todos lo asimilan”.

Defensor de la práctica del boxeo femenino en Cuba, Herrera vaticina que seremos una potencia una vez que ello se decida. “No sé qué significa ser famoso. Soy normal, como cualquier cubano.

Los niños del barrio me dicen campeón porque sus padres les cuentan de mis peleas y medallas. La fama mejor es ser sencillo”, concluyó el pugilista guantanamero, quien vive hace varios años en Guanabo.