Hace 17 años, el mundo asistió sobrecogido y asombrado a los atentados contra las Torres Gemelas y el Pentágono, actos que cambiaron el curso político mundial.

Aquella mañana, como casi todas las telemisoras del mundo, la Televisión Cubana interrumpió sus transmisiones y ofreció una programación especial.

Los cubanos vimos en directo el impacto del segundo avión contra los gigantescos edificios neoyorquinos donde miles de personas perdieron la vida. Casi de inmediato nuestro gobierno ofreció donaciones de sangre y abrió los aeropuertos de la isla para los vuelos que necesitaran desviarse del rumbo original a partir de las medidas de emergencia tomadas en la nación vecina.

Pocos intuyeron que de aquellos cruentos sucesos, la ultraderecha hiciera nacer con fórceps una política tan terrorista como los mismos atentados que sufrió entonces Estados Unidos.

En oscuros rincones

“Nuestra seguridad requerirá que transformemos a la fuerza militar en una fuerza lista para atacar inmediatamente en cualquier oscuro rincón del mundo”, proclamó WWW Bush menos de un año después de los atentados del 11 de Septiembre.

Más que una afirmación presidencial, aquella fue una declaración de guerra, en la que los que no estaban con Estados Unidos, quedaron en el bando contrario.

La lucha contra el terrorismo pasó a ser el centro de la política exterior de la Casa Blanca y justificó guerras contra Afganistán e Iraq, secuestros, vuelos secretos y hasta la infamia de una onerosa cárcel en Guantánamo.

A nombre de la lucha contra el terrorismo, Estados Unidos desató un Armagedón, en el que desde hace 17 años el horror del 11 de Septiembre se repite en cualquier ciudad, pero lejos de Nueva York.