Una institución a la que se ha de atender en cuanto a nuestro idioma se refiere -la Real Academia de la Lengua Española-, ha recomendado interesarse por la preocupación que sectores feministas promueven desde hace algún tiempo en relación con el uso sexista de la lengua.

Así, propone que se hable de los niños y las niñas, los alumnos y las alumnas, los campesinos y las campesinas, los científicos y las científicas; o comprenderlos a todos, hembras y varones, en conceptos menos discriminatorios, por ejemplo: el alumnado, el campesinado, la infancia…

Pero si ciertamente es más acertado hablar de derechos humanos en lugar de constreñirlos a derechos del hombre (porque estos se refieren a toda la especie y no son exclusivos de varones), el problema de la mujer en el mundo contemporáneo va mucho más allá de las formas y no es asunto solo del idioma.

Más allá de la semántica

Una ojeada a los informes de organismos internacionales basta para confirmar que las víctimas más susceptibles de los graves problemas que hoy lastiman a la Humanidad, son las mujeres y los niños.

Además de las penurias que entraña la maternidad en un mundo de miserias, ellas son las más afectadas por la explotación sexual y las enfermedades que con esa práctica se transmiten.

Son las principales víctimas de la violencia doméstica y hasta de la brutalidad del varón que ve minimizadas sus fuentes de trabajo por el empleo de mujeres en ocupaciones en las que ellas devengan salarios menores.

Aunque la lengua es un instrumento que influye en la misma conciencia que genera el discurso, el problema social de la mujer no se solucionará diferenciando semánticamente los sexos entre explotados y explotadas, pues ambos son generados por la misma explotación.