Vuelvo,  quiero creer que estoy volviendo

Con mi peor y mi mejor historia,

Conozco este camino de memoria

Pero igual me sorprendo.

                       Mario Benedetti

Por: Elizabeth Almeida López

Azul. La meta definitiva, la tradición familiar; no importa qué me llevó hasta ella. Usé el uniforme y el monograma con el orgullo de quien conquista su sueño.  La defendí, la quise, me apropié de ella y la hice parte de mí, de mis recuerdos, de mi adolescencia. Una vez hasta le prometí volver y cuando regresé, tiempo después, estaba en el mismo lugar, pero ya no era la misma.

Entonces recordé el primer día. El miedo y el nerviosismo de quien se siente solo con el compromiso enorme de conocer a personas nuevas con las que iba a convivir los próximos tres años. La advertencia de los profesores augurando futuros difíciles para quienes no estudiaran, no trabajaran o no cumplieran el reglamento.

Fui de la obediencia y los nervios a la insubordinación y la rebeldía. Descubrí que era ratón de laboratorio dónde me creía rey. Protesté, me quejé, aseguré que iba a cambiar las cosas e iría, si era preciso, hasta el Ministerio de Educación. Pero entonces llovió y lo olvidé. Salí a chapotear como si tuviera cuatro años,  se me pasó la braveza, el rencor y me ahogué de la risa con mi propia queja.

Llegué al viernes con la alegría de volver a la otra casa, a los otros amigos y a la otra vida que colgué en un perchero cuando me puse el uniforme. Estuve semanas esperando ese día, estuve tres años esperando el pase. Sin embargo, cuando me vi por última vez en la puerta lloré porque quería regresar.

La última noche esperé despierta un milagro que detuviera el tiempo y me vengué de los que empezaban cuando a la mañana siguiente los castigué con un “de pie” improvisado. Ellos se quedaban en mi sueño y yo tenía que partir.

Ahora todo cambió. Es como regresar a los días de miedo; pero la escuela que me mira es totalmente diferente. Ya no está la expectación de doce grado por una noche que quisieran interminable dibujada en las paredes. Ya nadie prepara fiestas de despedida a cielo abierto en el Anfiteatro Natural, donde algún bromista nos pidió que le buscáramos las llaves.

Ya  miro diferente el azul de las paredes. Ella tiene un poco la culpa por ayudarme a crecer, a ver, a escuchar, a esperar. No ha pasado tanto tiempo y yo la siento tan distinta. ¡Triste novia vieja que se quedó esperando otra oportunidad! Tan mía y tan de todos los que alguna vez pusieron las manos en sus paredes.  Tan reservada y pública como antigua cortesana. Aquí me convertí en esa chica que hoy la explora de nuevo como la primera vez.

Cambió y seguirá cambiando.

Y luego me sorprendí caminando por la circunvalación que oyó tantos secretos y pensé en el que pueda leer estas líneas y entender de lo que hablo. Pensé en ti que si llegaste hasta aquí también te perdiste en el barullo de una recreación o en un pasillo oscuro. Pensé en cada uno de los nombres que adornan el trampolín de amores y desilusiones y en los que no están porque no se atrevieron.

Todavía escucho la guitarra con sueños de grandeza en cualquier pasillo, la algarabía en las piscinas  de un juego de fútbol, las ideas para la nueva canción que se hará parte de la historia de cualquier graduación. La Lenin sigue con sus “malecones”, su Bosque de la Amistad, su soledad y su alegría, perdida en los colores de esa vieja foto que, irremediablemente, provoca que la fría nostalgia me gane otra partida.