Si un día el presidente Donald Trump habló a “diálogo y no confrontación” y llegó a criticar incluso el despliegue militar norteamericano en otras áreas geográficas, en la práctica la actuación de su gobierno en lo que va de ejercicio resulta más agresiva y riesgosa que la de algunos de sus más cercanos y turbios antecesores.

Y uno de los puntos más álgidos de esa proyección oficial se focaliza hoy en la nunca estabilizada Península Coreana.

Se trata de un escenario de la guerra de agresión contra el Norte a inicios de la década del 50 del pasado siglo, que costó a ese territorio tres millones de vidas y la destrucción casi absoluta de su infraestructura. Región además cuya porción Sur ha acogido a decenas de miles de efectivos militares estadounidenses y armas nucleares.

Motivo de esperanza

Entre los muchos que suscriben que el planeta no puede regirse por la cadena de ordeno y mando a que aspiran ciertos poderosos, resulta motivo de fiesta que China, una milenaria nación en nada ajena a los efectos de la agresividad y la dominación externas, se coloque hoy como una de las primeras potencias del orbe.

Un poder global que se erige sobre la base de principios tan sentidos como el respeto a la autodeterminación ajena, el apego a la cordura y a la ley internacional, la defensa de causas justas, y una colaboración mutuamente ventajosa con el resto de la comunidad mundial.

Una sociedad que se ha elevado en el término de pocos años combinando el acervo nacional con las teorías revolucionarias para alcanzar logros realmente admirables.

Intervención de vieja data

La Amazonia es un viejo objetivo geoestratégico gringo en América Latina, y la oligarquía brasileña no ha sido pasiva a la hora de ayudar a concretar semejante designio.

Decenios atrás, la derecha local y los mandos castrenses reaccionarios permitieron a la Fuerza Aérea norteamericana fotografiar desde el aire buena parte de esa región selvática para determinar sus características y recursos naturales, una información que nunca fue entregada a Brasilia y atesora únicamente el Pentágono.

Después, con la construcción de la Vía Transamazónica, se estableció la posibilidad de ocupar militarmente la zona y operar contra naciones vecinas donde pudiese triunfar un movimiento revolucionario.  Ahora, el fantasma agresivo vuelve a recorrer la enorme floresta.