Lezama Lima fue patriarca de las letras cubanas desde 1944 hasta 1957.

Sin apenas abandonar su casa de Trocadero 162, salvo en dos brevísimas estancias en México y Jamaica, la fértil intimidad de José María Andrés Fernando Lezama Lima construyó un universo enrevesado e inigualable.

Desde esa casona de la zona más antigua de La Habana, donde habitó casi medio siglo y donde hoy está la Casa Museo José Lezama Lima, este relevante intelectual edificó un mundo complicado, hermético y metafórico.

El obeso y asmático escritor, con una cultura enciclopédica y una imaginación desbordada, se vanagloriaba de no necesitar salir de su casa para estar en el lugar que quisiera, cuando lo quisiera.

Nacido el 19 de diciembre de 1910, hace hoy 106 años, y considerado como uno de los más relevantes escritores hispanoamericanos del Siglo XX, Lezama Lima fue patriarca de las letras cubanas desde 1944 hasta 1957.

Poeta, ensayista, novelista y empedernido fumador de tabacos, fundó en 1937 la revista Verbum, publicación de la escuela de Derecho que apenas alcanzó tres números.

En los siguientes años creó las revistas Nadie parecía, Espuela de Plata y Orígenes, la más importante de las publicaciones literarias de la época y donde publicó los primeros cinco capítulos de su monumental novela Paradiso.

Con una obra colosal en todos los géneros, se ganó rápidamente el respeto y la admiración de sus contemporáneos, muchos de los cuales llegaron más tarde a considerarse como sus discípulos.

Había participado en la lucha contra el dictador Gerardo Machado en los años 30 y quizás por eso abrazó de inmediato a la triunfante Revolución de 1959, en la que desempeñó cargos como el de vicepresidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) y su poesía renació en Dador, en 1960.

La publicación seis años más tarde de su obra consagratoria, Paradiso, le trajo el añorado reconocimiento internacional y paradójicamente la incomprensión de muchos dentro de Cuba.

Aquella descomunal novela, en la que confluye toda la trayectoria poética del autor con rasgos barrocos, simbólicos e iniciáticos, fue publicada por primera vez en el extranjero, en 1970, por la editorial mexicana Era, en una edición revisada por Lezama Lima y al cuidado de Julio Cortázar y Carlos Monsiváis.

Pero ni siquiera las mieles del éxito le hicieron abandonar su rutinaria existencia en 1972, cuando recibió el Premio Maldoror de poesía de Madrid y en Italia el Premio a la Mejor Obra hispanoamericana traducida el italiano, por Paradiso.

La última vez que salió de Trocadero 162 fue para ir de urgencia al Hospital Calixto García, donde murió unas horas después, el 9 de agosto de 1976, por complicaciones coronarias provocadas por un asma feroz.

Pródiga en intelectuales de renombre, Cuba tiene en el genio de Trocadero 162 a uno de sus más cultos hombres, quien logró la trascendencia a través de la inmovilidad.