Honrados como honorables, fueron mi padre y mi abuelo.

Eran pobres pero honrados. Su fortuna eran sus sueños, el trabajo su añoranza, el salario su consuelo.

Eran honrados y pobres, que en esos terribles tiempos ser pobre no era deshonra, aunque ignominia y descrédito sin pudor se regodeaban en promiscuo ayuntamiento.

Temprano se levantaban para bracear el sustento, y cuando un sol jactancioso bramaba sobre los techos, ellos estaban sudando en incesante ajetreo, y la noche los hallaba forjando nuevos proyectos.

Crearon una familia igual que se funda un pueblo, con amor y con paciencia, con sacrificio y denuedo. Un día –siempre sucede- bajo tierra se durmieron, sin dejar otra riqueza que el fuego de su recuerdo; toda su herencia era el nombre, su legado era el ejemplo.

Honrados como honorables, fueron mi padre y mi abuelo.

 

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