La orden del coronel Fermín Cowley, jefe de la guarnición de Holguín, era precisa: Asesinar a los principales dirigentes del 26 de Julio, del Partido Socialista Popular y de otras organizaciones que operaban en ese territorio, comenzando pasada la media noche del 24 de diciembre de 1956 hasta la madrugada del 25.

Plazo ampliado hasta el 26 por si demoraban en localizar sus objetivos. Esa fue la sangrienta celebración que tuvo la familia cubana aquellas Pascuas. Siniestro “regalo de navidad” de la operación cínicamente bautizada así por Cowley.

23 asesinatos fue el saldo de aquel episodio criminal, uno más en ese maratón de sangre y horror que fueron los casi 7 años de represión y tiranía.

Luto en las familias

Como todo el Oriente cubano, Holguín sufrió la purga de sangre a que la dictadura sometió a la región indómita. Las tristemente célebres Pascuas Sangrientas del coronel Cowley enlutaron a las familias holguineras y a toda Cuba, en aquel  1956.

En la lista de mártires estaba entre los primeros el dirigente del Movimiento 26 de Julio en Nicaro, Rafael Orejón, muerto el día 23 de diciembre a la salida de la otrora poderosa Nicaro Níquel Company.

Los ejecutores empezaron antes la matanza; enterado Cowley del “adelanto”, comentó con cinismo que ojalá todos los incumplimientos de sus órdenes fueran así.

Lo que no sabían los esbirros era que el revolucionario asesinado había llevado ya a Holguín la noticia de que Fidel estaba vivo en la Sierra.

Denuncia inútil

Otro de los mandados a asesinar por el coronel Fermín Cowley durante las pascuas sangrientas de 1956, se nombraba Jesús Feliú, a quien fueron a buscar a su domicilio, diciéndole que tenía que ir a la jefatura a prestar declaración. Lo montaron en un carro y al otro día apareció muerto en la calle.

En total, 23 personas, algunas sin filiación política, fueron ultimados en Holguín por orden expresa de Cowley, quien a su vez recibió instrucciones desde el campamento militar de Columbia.

Estaban planificadas otras muertes, pero por causas imprevistas no pudieron consumarse.

El repudio popular se extendió a todo el país y el Partido Socialista Popular denunció inútilmente los crímenes de la dictadura al Tribunal Supremo y a las Naciones Unidas.