Acto en recuerdo de las víctimas del atentado en la ciudad de Orlando. Foto: Cubadebate

Sucesos como el reciente atentado contra un club de homosexuales en Orlando, Florida, siempre estremecen a Estados Unidos, y sus consecuencias muchas veces saltan las fronteras de ese país para esparcirse por los lugares más inesperados.

Esas tragedias por lo regular sacan a la luz las entrañas de una sociedad al poner al desnudo las relaciones entre víctimas, victimarios y testigos. Pero la cosa toma un matiz más interesante si la masacre coincide con una campaña electoral, como ha sido el caso de la matanza homofóbica que dejó 50 muertos y 53 heridos. Como no podía ser de otra manera, los virtuales candidatos presidenciales, Hillary Clinton, en el bando demócrata, y Donald Trump, en la trinchera republicana, han tratado de arrimar la brasa a su sartén para sacar rédito político al peor tiroteo de los últimos 25 años en Estados Unidos.

Visiones contrapuestas.

El disparatado Trump fue el primero el politizar la matanza del club gay en Orlando al restregar en las narices de su rival demócrata que el autor de la masacre, Omar Saddiqui Mateen, declaró su filiación yihadista antes del tiroteo. Soslayando el hecho de que Mateen era estadounidense por nacimiento, el magnate convertido en político reforzó su idea de que Estados Unidos debe prohibir la entrada al país de los musulmanes.

La Clinton, por su parte, asumió una posición opuesta al mandar un mensaje de solidaridad con la comunidad homosexual y pedir mayores restricciones a la venta de armas. Ese debate es muy difícil que influya en el resultado de las elecciones presidenciales del martes ocho de noviembre próximo, pero esa inexplicable violencia ha demostrado otra vez que en Estados Unidos el mal está en estado puro.