El ciclo de la vida. Es increíble como esa naturaleza que provee el aire que respiramos, pueda, de un solo golpe, destruirlo todo. El rostro de los desastres naturales solo es comparable con una imagen dantesca. Sin embargo, determinadas circunstancias pueden mitigar los daños o hacerlos insoportables. Lo espontáneo, lo inimaginable, las muestras más sublimes de solidaridad los cubanos las parimos en las horas más difíciles.

Por su situación geográfica, el archipiélago ha sido azotado muchísimas veces por ciclones o huracanes, el occidente del país es históricamente una de las zona más afectadas y las provincias Pinar del Río e Isla de la Juventud pocas veces han escapado a esos fenómenos, sufriendo grandes pérdidas materiales.

Es muy difícil saber cómo es para quienes no han vivido un evento de ese tipo, pero quienes lo han experimentado llevan una rutina que no se rompe y como profesa el eslogan, desde el primero de junio al 30 de noviembre están preparados y alertas.

La movilización comienza cuando el Instituto de Meteorología confirma las posibles trayectorias del fenómeno, de acuerdo con los modelos de pronósticos, y se informa la primera fase a los territorios que posiblemente sean afectados. Espontáneamente las personas aseguran viviendas y pertenencias, llaman a familiares, ofrecen espacio a quien lo necesite y brindan sus casas para que otros resguarden los bienes.

A las rápidas gestiones gubernamentales se suma la solidaridad y el humanismo y, en ese tiempo en que la naturaleza es enemiga y el peligro inminente, la gente que derrocha el tiempo en decir que en Cuba “se ha perdido todo”, reciben un golpe mortal. Lo saben los isleños, los pinareños, también los santiagueros y el país completo: en esas horas nadie está solo, ni siquiera ese que nunca pudo contar nadie.

En tiempos de vientos huracanados, gobierno y pueblo hablan un mismo lenguaje o mejor dicho, bailan una danza perfecta en la que los dirigentes vestidos de verdeolivo, brazo con brazo junto a la gente, trabajan sin descanso para que no se pierda una vida.

Cuando todo pasa, cuando la lluvia cesa y la claridad le pone rostro a la destrucción, cuando la gente se detiene a mirar lo que quedó, a calcular los daños y a sentir pena por sí mismo o por el prójimo, alguien hace a un lado una rama caída y comienza a mover el mundo, a construir, a empezar de nuevo. Al final, la historia de Cuba siempre ha sido la historia de continuar, de ponerse de pie ante las dificultades.

Hace un tiempo que el archipiélago no era azotado por un huracán. Llegó Matthew y si algo bueno ha traído es la prueba de que, aunque vivimos tiempos complejos, todavía somos capaces de extender la mano y demostrar esa hermandad que siempre fue nuestro sello.