Existe una especie de cábala, o más bien, cierto misticismo con las primeras veces. En dependencia de como resulten, a la gente le gusta o no compartirlas con el mundo.

“¿Tú crees que el ballet es para gente culta? Esta es mi primera vez, vine a acompañar a mi nieta que le encanta y no quería venir sola. Ella me explica, pero yo no entiendo nada, ni leyendo el librito, pero me encanta”.

La señora intenta entablar un diálogo, pero consigue un monologo, simplemente, porque la emoción -de un momento que se repetirá una y otra vez en el futuro- le impide esperar las respuestas del interlocutor.

Ella creía que era la única que experimentaba el cambio, porque la gente que fue a ver El Quijote en el Teatro Nacional de Cuba, como parte del programa de actividades del XXV Festival Internacional de Ballet de La Habana, parecía lista para un espectáculo inolvidable.

“En la cola, todos hablaban de Joel Carreño y hasta de una tal María algo, que me imaginé, no era cubana; la niña con una emoción y yo tenía una pena. Imagínate”.

Desde cierta óptica, se pierden muchas cosas en las primeras veces. Quizás, uno de los avezados allí presentes centró su atención en la rotación externa de las piernas, la perpendicularidad del torso o la línea, que se refiere a la configuración del cuerpo de un bailarín en movimiento o en reposo.

La señora se perdió de todo eso y más, pero vio aquello invisible a los ojos. Sin más sapiencia que lo evidente, admiró los saltos, las vueltas, las paradas; se conmovió con los gestos; admiró una escenografía que, por momentos, recordaba a Cuba y aplaudió lo más fuerte que pudo.

Dicen que El Quijote apasiona, que no hay concurso en que no se baile, al menos un fragmento; que a los jóvenes les encanta interpretar esa coreografía, en fin, que la obra más famosa de la literatura española también se ha ganado un espacio en el mundo del ballet.

“Lo que hizo ese muchacho estuvo fantástico”, decía la mujer sobre la magistral interpretación del primer bailarín Joel Carreño, ovacionado en más de una ocasión por los largos giros y las finas terminaciones de cada movimiento.

Y la muchacha no se quedó atrás”, acotaba para destacar a quien  fue una compañera a la altura, con una presencia encantadora en el escenario.

Al final, la señora fue la primera en ponerse de pie y alzar sus manos para reconocer aquello que consideraba espectacular, sin necesidad de escuchar o leer la opinión de los expertos.

Tal vez, para la próxima edición del Festival se le escuchará en el teatro reconocer, a primera vista, a Carreño, a Danny Hernández o a otros primeros bailarines. Quizás, para ese entonces, se fijará en la rotación externa de las piernas, la perpendicularidad del torso o la línea…

Dice la bailarina Sara Helga (que nada tiene que ver con el ballet clásico), “practica para dominar la técnica, pero no te quedes en eso, a riesgo de volverte cuadrado y frío. Una vez que tu cuerpo asimile los movimientos, ya no pienses en la técnica, sólo siente. La danza es una experiencia liberadora cuando dejas fluir lo que sientes; usa la técnica como una herramienta y nunca te olvides de sentir”.

Un consejo que, también funciona para apreciar las artes.