Una llamada telefónica en la madrugada me interrumpió el sueño.  Traté de verificar la triste noticia en la televisión, pero no alcancé a ver a Raúl Castro comunicar que su hermano, nuestro Comandante en Jefe Fidel Castro, había muerto a las 22.29 horas del día 25 de noviembre de 2016.

Ya no dormí más, no podía pensar en otra cosa que en mi Cuba sin Fidel. Y aunque sabíamos que era imposible evitar su muerte, no queríamos que pasara jamás. No me resignaba a su pérdida. Aún no lo hago.

Soy de una generación que nació viendo a Fidel como el hombre más grande de la historia, el gigante invencible capaz de ganar cuanta batalla se propusiera. Y este, su pueblo, no se comportó de otra manera que como el Comandante en Jefe lo merecía.

Foto tomada de Granma

Rendir tributo en todo el país al valiente luchador por la independencia absoluta de América es deber de cada ciudadano, de cada hombre, mujer, niño, anciano, que portan la huella de Fidel, incansable defensor de los derechos humanos, seguidor incomparable de las ideas de José Martí, visionario del porvenir de la Patria.

Nueve días de duelo nacional hay en la Mayor de las Antillas, pero en realidad el duelo será eterno para todo el mundo, porque llevamos en el corazón la pérdida del líder histórico de la Revolución Cubana.

FIDELidad

¡Sí! FIDELidad es lo que nos toca demostrar cada día, porque Fidel desapareció físicamente, pero su pensamiento y su obra creadora quedarán para siempre.

Seguirá acompañando a su pueblo en las marchas por las causas justas. Será recordado con su uniforme verde olivo alerta ante el acecho de otro huracán. Su ejemplo seguirá guiando la independencia y soberanía de cada pedazo de tierra.

¡Hasta Siempre Comandante!

 

 

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