Alto, elegante, cultísimo, de carácter dulce y sonriente, pero también dominante y con autoridad, Pedro Figueredo Cisneros -a quien compañeros y amigos llamaban Perucho- dejó una huella positiva en la cultura cubana y universal.

De él recibimos nuestro Himno Nacional, que escribió montado sobre su caballo, repitió a gritos la multitud bayamesa de aquel entonces, y luego se convirtió en símbolo de la nación.

De quien celebramos este febrero el bicentenario de su natalicio, heredamos también valentía, ímpetu y ansias de luchar por la Patria soberana.

Por esa causa, por la de una Cuba libre de España, Perucho Figueredo no aceptó el indulto que lo libraría de la condena de muerte impuesta por el Consejo de Guerra, y prefirió morir. Así, fue fusilado el 17 de agosto de 1870, cuando tenía 51 años.

Lección de amor patrio

Enfermo, débil y sin fuerzas para caminar hasta el paredón de fusilamiento, Perucho Figueredo pidió que lo condujeran en coche, y para escarnecerlo, lo obligaron a cabalgar sobre un asno hasta el lugar escogido.

Sus ejecutores se burlaron de él, pero el patricio bayamés respondió con serenidad: «Está bien, está bien; NO será el primer redentor que cabalga un asno». Al llegar, le ordenaron que se arrodillara, a lo cual se negó con firmeza.

Otra vez mostraba su valor y lucha por una Cuba libre, porque como él mismo dijo una vez: «la Isla estaba perdida para España».

Y justo en el momento de su fusilamiento, cuando ya se daba la orden de disparar, y acechado por la muerte, nos dejó la mayor lección de amor patrio.

Entonces, Perucho Figueredo recordó la letra del Himno Nacional que había compuesto, y gritó: «Morir por la Patria es vivir».