La cubana Lisandra Guerra (a la izquierda) mostrando su medalla de plata. Foto/ EFE

Lima, Perú. – Se arrimó al balcón del velódromo, respiró profundo y miró al vacío justo delante de su bicicleta, ese que da acceso a la concentración, que direcciona a todas las neuronas en una función, dar el mayor rendimiento.

Lisandra Guerra salió detrás entre la sexteta de finalistas del Keirin, tranquila, lejos de la moto guía, y a 100 metros del comienzo de la última vuelta tensó músculos.

La experimentada matancera empezó a remontar, se incluyó por el interior en el quinteto de vanguardia, estrategia de las arriesgadas siempre que a pocos centímetros amenaza la costa azul, esa zona no válida.

Lisandra se impulsó con su historia, y avanzó por donde las demás no esperaban para llevarse una deliciosa plata panamericana en su regreso a las pistas de alto nivel. Lisandra es muy grande, muy fuerte, y se regaló a sí misma otra gloria, ahora tras vivir la felicidad de la maternidad.