Los valores éticos y morales andan en crisis por el mundo. Y la sociedad cubana tampoco ha podido sustraerse a ese fenómeno pernicioso, porque a todas luces puede percibirse en muchas personas un deterioro en su comportamiento y conducta ante la vida.

«El pueblo más feliz es el que tenga mejor educados a sus hijos», sentenció José Martí y ciertamente han sido enormes los esfuerzos del proceso revolucionario para garantizar a cada cubano instrucción y acceso pleno al conocimiento y la cultura, sin distinción alguna.

Por eso preocupan ciertas manifestaciones que se contraponen a la esencia humanista y de justicia de nuestro proyecto social. Como se sabe, los valores de cada persona echan sus raíces en la familia, y la escuela los afianza y ofrece otros. Ese engranaje resulta vital para forjar individuos plenos de cualidades.

Una obra modelada

La familia es el ámbito natural en que se trasmiten los principios de orden moral y convivencia. Es en ese núcleo donde germina la semilla de los valores humanos para entregar a la sociedad personas responsables, honestas.

Cada hijo es una obra personal que sus padres modelan, y la escuela complementa su formación. Por eso necesitamos familias que inculquen sentimientos de generosidad, respeto, cortesía, honradez, solidaridad, patriotismo.

Fallan cuando en el seno de la sociedad encontramos niños, jóvenes y hasta adultos en los que afloran expresiones de egoísmo, indisciplina, vulgaridad, irrespeto, indolencia.

La formación de valores -que jamás será una moda pasajera- concierne a muchos eslabones de la sociedad, pero en primerísimo lugar a la familia. Son convicciones, fundamentos que marcan para la vida y hacia el futuro. Una riqueza espiritual incalculable.